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SANCHO. Pésame que mi amor pongas en duda. PELAYO. ¡Voto al sol!, que se casa con Elvira. Aquí la dejo yo; mi amor se muda. SANCHO. ¿Qué mayor interés que al que suspira Por su belleza, darle su belleza, Milagro celestial que al mundo admira? No es tanta de mi ingenio la rudeza, Que más que la virtud me mueva el dote.

La catedral no tendrá quizás el vistoso conjunto de otras catedrales; mas apenas la distingue desde las aguas del Guadalquivir el artista que va de Cádiz á Sevilla, cuando la contempla ya como una obra original en su estilo, y suspira por abarcar de cerca su misterioso y tétrico conjunto.

Es una cosa sin nombre Cual las quejas del amante, Cuando suspira anhelante De la música al compas; Como el perfume que exhala El cáliz de una flor pura, Que inspira amor y ventura, Y alivia el dolor tenaz. Como el sol en el ocaso Cuando moribundo arde, Cual la estrella de la tarde En la calma celestial; Como el canto de las aves En la enramada florida, Ó cual sílfide vestida De vaporoso cendal.

Si fuese poeta, mi armónica lira Podria al amparo del ténue cendal, Y al son de la brisa que mansa suspira Le diera inspirado su acorde final. Si fuese viajero deseara una palma Que sombra tranquila me diese á su pié, Como esa que el velo, con plácida calma, Derrama en la frente que el ojo entrevé.

Y él como si tal, ¡el grandísimo perro!... Más de una vez y más de dos he tenío que consolarle yo a él, porque se me echaba a llorar como un chiquiyo a lo mejó... Y lo que yo le desía: «Ven acá, grandísimo roío, ¿a ti qué te dan por llorá y suspirá so lechonaso

Inmediatamente cerró Luisa la ventana, y dijo suspirando, como suspira una mujer impaciente y enamorada: Si á las tres no ha vuelto Francisco, no vuelve de seguro hasta mañana; tienen tiempo de avisarle y vendrá: ¡oh! ¡qué suerte tan infeliz la mía!

Al abriros el comediante á quien acompañasteis en su peregrinación por el mundo, recibe como un perfume de cosas idas, de luces extintas, de aplausos perdidos en la frialdad infinita de lo olvidado. Y el artista suspira.

Una vez en lo alto, se apodera de la mano de Juan, y, sin decir nada, fija un instante su mirada franca y bondadosa sobre el rostro de su hermano, como si no pudiese dominar aún su felicidad, se dirige a la puerta y sale. Juan suspira y se despereza, con las dos manos apoyadas en el pecho. Le ahoga la alegría que invade su alma.

Yo creo que este tic-tac y el loro, que se inclina inmóvil sobre su alcándara, son los únicos compañeros de la pobre vieja. ¿Qué hace esta vieja? La casa es pequeña y oscura; la puerta siempre está cerrada; no entra ni sale nadie. Por la mañana la vieja se levanta y suspira: «¡Ay, SeñorLuego se sienta en el comedor, junto a la ventana que da al solitario y diminuto patio.

¿De dónde has sacado esa idea? continúa el marido. ¿Acaso no estás tan contenta como creíamos? ¿No está aquí Juan, con nosotros? ¿No vivimos todos felices y satisfechos... trabajando desde la mañana hasta la noche? ¿Por dónde ha de venir la desgracia? ¿por qué ha de venir? ¿Acaso no velamos también para que tu padre tenga lo necesario?... Suspira y enjuga el sudor que cubre su frente.