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Actualizado: 12 de junio de 2025
Una vez en lo alto, se apodera de la mano de Juan, y, sin decir nada, fija un instante su mirada franca y bondadosa sobre el rostro de su hermano, como si no pudiese dominar aún su felicidad, se dirige a la puerta y sale. Juan suspira y se despereza, con las dos manos apoyadas en el pecho. Le ahoga la alegría que invade su alma.
En efecto, el sonido sordo y tardío de este vocablo, suministra la idea exacta de un entendimiento que se despereza, que abre la boca con trabajo, que balbucea un nombre con la lentitud ébria del que se duerme: en el sonido de la palabra tonto hay algo parecido al de la de sapo, y esta única relacion es más que suficiente para darla una propiedad y una fuerza admirables.
Ante una de las chozas hállase, en pie, el romano Escipión en una postura perezosa. Sale de entre bastidores el ejército sabino, que avanza gravemente, dos pasos al frente, un paso atrás. Al advertir su presencia, el romano se anima un poco y los mira con curiosidad; pero la monotonía de su marcha le cansa; empieza a bostezar, se despereza y se sienta, flemático, en una piedra.
Los jóvenes no responden, y Martín toma su silencio por una aquiescencia. Bueno, vamos. Se levanta. Gertrudis se despereza con semblante aburrido, mira a Juan con vacilación; después dice meneando la cabeza. No tengo ganas. ¿Qué es eso? exclama Martín completamente atónito. ¿Desde cuándo no tienes ganas de bailar? ¿Todavía estáis reñidos, eh? Juan se ríe levemente, y Gertrudis vuelve la cabeza.
Palabra del Dia
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