Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 27 de junio de 2025
Indudablemente, si hubieran podido trepar hasta la cima de las cuestas surcadas de sus volcanes, si hubiesen contemplado el horror de sus cráteres donde luchan incesantemente lavas y nieves, no habrían pensado en hacer de aquellos lugares terribles el encantador alcázar de sus felices divinidades.
Y señalaba los altos hornos, las robustas torres gemelas, unidas por el ascensor que subía hasta sus bocas las cargas de mineral y de combustible. Un calor de volcán envolvió á los dos hombres al aproximarse á los altos hornos. Marchaban por plataformas de tierra refractaria, surcadas con una regularidad geométrica por pequeñas zanjas que servían de moldes al mineral en fusión.
Cuando, mal vestida, se deslizó por la escalera, corriendo á un salón del piso bajo, los domésticos, azorados y trémulos, pretendieron detenerla. Entró, reconociendo inmediatamente la dolorosa cabeza que descansaba sobre las almohadas de un diván. Era él, atrozmente desfigurado, con las mejillas surcadas por el lívido arabesco de las cicatrices...pero era él. De sus ojos sólo quedaba uno.
Don Quijote necesitaba aquel horizonte, aquel suelo sin caminos, y que, sin embargo, todo él es camino; aquella tierra sin direcciones, pues por ella se va a todas partes, sin ir determinadamente a ninguna; tierras surcadas por las veredas del acaso, de la aventura, y donde todo cuanto pase ha de pareer cobra de la casualidad o de los genios de la fábula; necesitaba de aquel sol que derrite los sesos y hace a los cuerdos locos; aquel campo sin fin donde se levanta el polvo de imaginarias batallas, produciendo, al transparentar de la luz, visiones de ejércitos de gigantes, de torres, de castillos; necesitaba aquella escasez de ciudades que hace más rara y extraordinaria la presencia de un hombre o de un animal; necesitaba aquel silencio cuando hay calma, y aquel desaforado rugir de los vientos cuando hay tempestad; calma y ruido que son igualmente tristes y extienden su tristeza a todo lo que pasa, de modo que si se encuentra un ser humano en aquellas soledades, al punto se le tiene por un desgraciado, un afligido, un menesteroso, un agraviado que anda buscando quien le ampare contra los opresores y tiranos; necesitaba, repito, aquella total ausencia de obras humanas que representen el positivismo, el sentido práctico, cortapisas de la imaginación, que la detendrían en su insensato vuelo; necesitaba, en fin, que el hombre no pusiera en aquellos campos más muestras de su industria y de su ciencia que los patriarcales molinos de viento, a los cuales sólo el lenguaje faltaría para ser colosos, inquietos y furibundos, que desde lejos llaman y espantan al viajero con sus gestos amenazadores.
Puertos pintorescos; bellísimas bahías en cuyo fondo se veian las poblaciones, entre otras Falmouth, Plymouth, Dartmouth y Sidmouth; multitud de fanales brillando á la luz de un sol que no parecia de invierno; colinas ondulantes, surcadas por el arado para recibir luego la simiente, ó campos cubiertos de una vegetacion amarillenta ó gris; depósitos lejanos de nieve detenidos sobre las rocas ó en los pliegues del terreno; y picos y peñascos románticos de formas admirables, destacándose sobre las olas en los pequeños golfos de la costa y formando semicírculos de trecho en trecho: todo eso, contrastando con la multitud de casas campestres levantadas sobre las colinas y los planos inclinados, entre arboledas disecadas y ennegrecidas por el invierno, que parecian esqueletos aéreos, tenia un encanto indefinible, preparando mi imaginación para el espectáculo enteramente nuevo de la civilización europea.
Era hombre de cincuenta años, de mejillas rasuradas surcadas de arrugas, ojos pequeños y vivos, el pelo gris peinado sobre las sienes, como todos los chulos. Vestía chaquetilla corta, hongo flexible y pantalón ceñido, la camisa con rizados y sin corbata. Alabé su destreza, verdaderamente admirable, y me dijo que era guitarrista de oficio, se llamaba Primo y tocaba ahora en casa de Silverio.
Anduvo Febrer entre paredes de piedra seca que contenían pendientes bancales, y otras veces por senderos pavimentados de guijarros azules, que las lluvias de invierno convertían en encajonados barrancos. Luego dejó de ver tierras removidas y surcadas por el arado: el suelo compacto cubríase de bravia y espinosa vegetación.
»Este intrépido cazador, el Nemrod de la partida, era un joven de veinticuatro a veinticinco años, de cabellos y bigotes rojos, cuyas facciones, de expresión dura y altanera, hubieran sido regulares si no hubieran estado surcadas por una enorme herida que se había hecho con la rama de un árbol. »¡Por los jabalíes de estos dominios repitió, y por el que he muerto esta mañana!
Sus manos temblaban de emoción y sus mejillas estaban surcadas por gruesas lágrimas. Marenval, en tanto, reflexionaba profundamente. Por fin el criado, viendo que su interlocutor no le hacía más preguntas, se atrevió á formular una á su vez. Si el señor me permitiera preguntarle por qué razón vuelve sobre ese triste pasado.
Palabra del Dia
Otros Mirando