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Actualizado: 25 de octubre de 2025
-Decid Sarra -replicó don Quijote, no pudiendo sufrir el trocar de los vocablos del cabrero. -Harto vive la sarna -respondió Pedro-; y si es, señor, que me habéis de andar zaheriendo a cada paso los vocablos, no acabaremos en un año.
Nada le importaba Andresito; pero a pesar de esto, sentía cierta satisfacción pensando que estaba a sus espaldas viéndolo todo. ¡Proporciona tanto gusto hacer sufrir...! El poeta sufría como uno de los condenados de aquel poema de Dante, cuya lectura nunca había podido terminar.
De ese modo, ¿se me considera como una persona extraña? No, Amaury; eres mi hijo, a mis ojos y a los de Antonia; pero a los del mundo, eres un joven de veinticinco años y nada más. No dejará de ser divertido, encontrarme sin cesar a ese Felipe que no puedo sufrir y que pensaba no volver a ver jamás.
Verdad es que para poner remedio a aquel mal era ya menester que los pacientes lo supiesen primero, condición terrible para el enamorado don Braulio, quien, atormentado por sus vagas y melancólicas imaginaciones, no advertía nada de lo que en realidad estaba pasando en torno suyo, y cuyo corazón, que tanto se angustiaba sólo con presentir la pérdida del cariño de Beatriz, parecía que no había de tener resistencia bastante para sufrir el rudo golpe de la certidumbre y la realización de su presentimiento.
He callado, porque debía callar; he sufrido cuanto he podido sufrir; pero ya no puedo sufrir más, porque tengo celos. Amparo levantó su cabeza de sobre mi hombro, y me miró con una expresión triste, grave, solemne, al través de sus lágrimas. Luego me dijo con voz opaca y reconcentrada: ¡Celos tú! ¡celos por mi amor y celos de otro hombre! ¡Esto es horrible! ¡Esto no puede ser!
Voy a razonar fríamente conmigo misma, como conviene a una persona que hace el balance de su vida. ¿Ser su esposa? Eso es imposible, bien lo sé. ¿Huir? ¿Qué haría en medio de extraños? Los conozco; conozco a los hombres y los desprecio. Ellos me han hecho daño, seguirán haciéndome sufrir. Todo lo que me queda de fe, de amor y de esperanza, no descansa ya más que en él. Pues bien, ¿morir?
La añoranza no es en tales casos más que el movimiento un poco más rudo de esos hilos invisibles anudados en las profundidades del corazón y del alma, cuya extrema tensión hace sufrir.
Porque, ¿dónde se ha de sufrir que un caballero andante, tan famoso como vuestra merced, se vuelva loco, sin qué ni para qué, por una...? No me lo haga decir la señora, porque por Dios que despotrique y lo eche todo a doce, aunque nunca se venda. ¡Bonico soy yo para eso! ¡Mal me conoce! ¡Pues, a fe que si me conociese, que me ayunase!
No puedo sufrir esto sin olvidarme de quién soy yo, y de quién es él; de que tengo esposo, de que tengo vasallos, y de que ese esposo está dominado y esos vasallos oprimidos; yo no puedo olvidar y no lo olvido, que España ha sido grande, poderosa, temida, ni puedo ver sin rubor y sin cólera, que hoy está pobre, vendida por todas partes, insultada, á punto de ser deshecha.
Si te amo con toda el alma.... Ya sabes quien soy.... En mi vida no hay nada que me avergüence... pero en los míos.... ¡Ya lo sabes todo!... Te hice sufrir, ¿verdad? Sí, porque estás llorando.... ¡Perdóname!... Era preciso.. Más tarde habrías dicho que yo te había engañado. Tomé las manos de la joven y las llevé a mis labios.
Palabra del Dia
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