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Actualizado: 15 de junio de 2025


En las apacibles alamedas del huerto suenan gorgeos y risas; sobre el césped pasan como una tromba dos figuras humanas que se persiguen; se bromea, se suelta a los perros para que hagan ruido; se caza a los gatos de la vecindad que se dan las citas amorosas en el molino; se juega al escondite detrás de los montones de heno y de los setos.

Había empezado su movimiento en el mar del Norte y lo continuaba a través de medio planeta, indiferente al cansancio, lo mismo de día que de noche, a la hora en que los hombres viven, a la hora en que los hombres sueñan, bajo el sol y bajo las estrellas, como si el tiempo y la distancia careciesen de realidad ante su vigor sobrehumano.

Yo te aseguro que cuando piso fuerte en los pasillos y en el comedor, y se estremece todo el caserón como si quisiera derrumbarse, me parece que siento un ruidillo... así como de metales que suenan y hacen tilín... ¿No lo has sentido ? , señora. Y si no, haz la prueba ahora mismo. Date unos paseos por la alcoba, pisando fuerte, y oiremos...».

No, hermano; los pasos del que viene siguen muy reposados, y suenan muy al compás; pero el ramaje, que tanto se inclina y enmaraña por este sitio, roba al alcance de los ojos lo que permite al sentido de las orejas. Si vienen con mucha pausa, es sin duda el doctor y boticario Gorgueran, el médico, que cura por igual todos los miembros del doliente.

Los jesuítas, con su astucia, adivinaron que había que dar al culto una atracción teatral, mezclar la liturgia con la opereta, y por eso sus iglesias, doradas, alfombradas y floridas como tocadores, se ven llenas, mientras las viejas catedrales suenan a hueco como tumbas.

No respondió nada el intérprete; antes, prosiguió, diciendo: -No faltaron algunos ociosos ojos, que lo suelen ver todo, que no viesen la bajada y la subida de Melisendra, de quien dieron noticia al rey Marsilio, el cual mandó luego tocar al arma; y miren con qué priesa, que ya la ciudad se hunde con el son de las campanas que en todas las torres de las mezquitas suenan.

Los señores de la comisión escolar, sentados, tranquilos y solemnes, detrás de una ancha mesa cubierta con tapiz verde, se le figuran jueces, tan terribles, que trata de no ser visto; se esconde en un ángulo de la vasta sala. Suenan nombres lanzados por los ujieres; algunas personas se levantan, hablan, salen. Juan mira casi inconsciente; de pronto ve adelantarse a una mujer hacia la mesa.

Al mismo tiempo la protege contra los vientos del Norte y del Oeste, dejándola solamente abierta a las templadas y benéficas corrientes que vienen del Mediodía y del Este. No llegan hasta allí los ruidos de la población. Tan sólo las campanas de la catedral suenan a ciertas horas del día dulcemente amortiguadas por la distancia. La carretera general va por detrás del bosque.

Por fin suenan las doce de la noche y cambia la decoración como en los cuentos de hadas. La Cenicienta sube con su hermana mayor, o con su madre, hacia las económicas cumbres de Batignolles o de Montmartre. ¡La pobre cojea un poquito! El lodo inmundo salpica sus medias grises.

Me importa poco. Podrá suceder... Me importa menos. Adiós dijo precipitadamente la condesa. ¿Por qué?... Suenan pasos, y se ven luces dijo la de Lemos . Si nos encontraran aquí juntos... Quevedo apagó la luz de la condesa de un soplo, y luego sopló su linterna. ¿Qué hacéis? dijo la condesa, que se sintió asida por la cintura y levantada en alto. Desvanecerme con vos á fin de que no nos vean.

Palabra del Dia

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