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Actualizado: 7 de mayo de 2025
Mas no pienses que los acíbares faltaban en este mi primer sorbo del cáliz de los amores; no, Abenzeid; el absinto del dolor se desliza traidoramente entre los labios de la juventud, y esta sentencia tuya sonaba siempre como presagio en mis oídos.
Creyó entonces que había sido trasverberado como la Madre Teresa de Jesús, y que Dios acababa de abajarse hasta él en todo su poder y misericordia, para hacerle probar un sorbo, apenas, de los goces que le esperaban cuando su alma, vencedora del mundo, se entregase por fin, con soberana pasión, a la soledad y a la penitencia.
¡Valiente cosa les importaba bailar bien o mal y que se rieran o no los parroquianos del merendero!... Lo interesante era estar en brazos uno del otro, pegados desde el pecho a las rodillas, transmitiéndose el alma con el calor de sus cuerpos, confundiendo los alientos. Sentían una alegría loca, como si el sorbo de cerveza, que acababan de beber contuviese todas las embriagueces de la tierra.
¡Farsante! gritó . Ni siquiera te ha tocado la Chula. ¿Y tú, para qué vas a meterte con ella? Un día te come media nalga, y después lagrimitas. ¡A callarse y a reírse ahora mismo! ¿En qué se conocen los valientes? Diciendo así, colmaba de vino su vaso, y se lo presentaba al niño que, cogiéndolo sin vacilar, lo apuró de un sorbo. El marqués aplaudió: ¡Retebién! ¡Viva la gente templada!
Bebed un sorbo, os digo, esto os repondrá, mi buen amigo. El intendente miró a la condesa con sorpresa; había en el timbre de su voz y en su fisonomía algo tan suave y cariñoso, que no supo qué pensar y se preguntó si no ocultaría alguna celada bajo aquella amabilidad extraordinaria.
Pero morir en plena juventud, ¿qué digo morir? matarse, arrancar de una vez todas las raíces, romper todos los hilos que nos ligan a este mundo, aniquilar todos los sueños de nuestra imaginación, ahogar todo nuestro amor, después de apurar el primer sorbo, abdicar del vigor y de la fuerza que da vida a nuestro cuerpo, renunciar a la felicidad que vislumbramos a través de un horizonte risueño y dilatado, abandonar la vida cuando apenas se ha comenzado a vivir, llevándose consigo creencias, sentimientos, ilusiones y quimeras, eso sí que constituye un sufrimiento espantoso; eso sí que es morir de veras.
Bebía un sorbo de ponche, y en seguida se apresuraba, a llenar el vacío con el líquido de la botella. Así modificada la composición, resultaba mucho más adecuada al estado de agitación en que su espíritu se hallaba. Porque, bajo aquel aparente sosiego, el cerebro de don Roque desplegaba una actividad prodigiosa.
Sirviéronnos, primeramente, chocolate al exclaustrado y á mí, pues la familia se despachó á su gusto con sendas cazuelas de sopas de leche. Y dije «primeramente», porque el reverendo, después que con el último sorbo estrepitoso, infinito, sublime, tirado al pocillo, apuró «cuanto en el hondo cangilón había»,
«¿Todo eso para qué? decían acercando con mano trémula los pucheros al fuego. ¿No habéis vivido hasta ahora sin necesidad de hurgar la tierra como los topos? ¿Os ha faltado un pedazo de borona y un sorbo de leche? ¿Qué más queréis? ¡Servid á Dios y morid en vuestras camas como cristianos y no como perros en esas cuevas de infierno!»
Metíase en las tabernas, sin miedo a las burlas de los alegres compadres, que le invitaban a tomar una copa. Gracias; el no bebía. El vino le dañaba los ojos. Pero a cambio de que le oyesen, acababa por tomar un sorbo, a guisa de mortificación, haciendo los mismos aspavientos que si fuese veneno, y les hablaba de sus devociones simples, de su piedad de hombre sencillo.
Palabra del Dia
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