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Allá veremos, allá veremos respondí con petulancia, afectando aire reservado. Venga usted mañana, que tengo que darle otra carta. Con la alegría acudió a mi la actividad. Casi me hallaba seguro de ser correspondido. Villa, a quien tuve la flaqueza de comunicar mi dicha, entre sorbo y sorbo de café, me confirmó en ella, diciéndome después de leer la carta: ¡Olé por la monjita barbiana!

El hambre no le importaba.... Mientras hubiese «petróleo refinado» como el de casa Espantagosos, el estómago iría bien.... Ahora, tras el chasco, se había «retirado a la vida privada», y podía decir muy alto, como su compañero, que todos los de la casa del pueblo eran unos ladrones. Y para que quedase bien sentada esta afirmación, se tragaron el aguardiente de un sorbo. ¡Espantagosos... mesura!

Con mucho donaire, la muchacha se llevó a la boca por segunda vez el huevo roto y se atizó otro sorbo. No cómo puede usted comer esas babas crudas dijo Santa Cruz, no hallando mejor modo de trabar conversación. Mejor que guisadas. ¿Quiere usted? replicó ella ofreciendo al Delfín lo que en el cascarón quedaba.

El pobre padre no tenía en aquel momento más hijos en el mundo que su cosecha, el trigo enfermo, arrugado, sediento, que le llamaba á gritos pidiendo un sorbo para no morir. Y en esto pensó mientras su mujer arreglaba la cena. Roseta iba de un lado á otro fingiendo ocupaciones para no llamar la atención, esperando de un momento á otro el estallido de la cólera paternal.

Y todos apuramos de un sorbo su contenido. Sandy estaba beodo. Bajo una mata de azalea encontrábase en el suelo, tendido, casi en la misma actitud en que había caído hacía algunas horas. El tiempo transcurrido desde que se tendió allí no lo sabía ni le importaba, y cuánto tiempo continuaría allí tendido era para él cosa que igualmente le tenía sin cuidado.

Entonces, satisfacciones del Lujo, regalos del Amor, orgullos del Poder, todo, todo lo gocé con la imaginación, en un instante y en un solo sorbo. Mas luego una gran saciedad me fué invadiendo el alma, y sintiendo el mundo a mis pies, bostecé como un león harto. ¿De qué me servían por fin tantos millones, sino para traerme, día por día, la desoladora afirmación de la vileza humana?