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Actualizado: 4 de junio de 2025
Y todos apuramos de un sorbo su contenido. Sandy estaba beodo. Bajo una mata de azalea encontrábase en el suelo, tendido, casi en la misma actitud en que había caído hacía algunas horas. El tiempo transcurrido desde que se tendió allí no lo sabía ni le importaba, y cuánto tiempo continuaría allí tendido era para él cosa que igualmente le tenía sin cuidado.
Una de las cosas que más cautivaban a Jacinta era aquella costumbre de los patios amueblados y ajardinados, en los cuales se ve que las ramas de una azalea bajan hasta acariciar las teclas del piano, como si quisieran tocar. También le gustaba a Jacinta ver que todas las mujeres, aun las viejas que piden limosna, llevan su flor en la cabeza.
Semejante a una pálida azalea cruzada por rayas rojas, el frío rostro de la infeliz, manchado parcialmente de sangre, tenía el color de la cera, pero nada en él revelaba las contracciones de la agonía: por el contrario, una serena confianza y algo como una sonrisa todavía viviente le animaban; Levemente apartados los violáceos labios, detrás de los cuales asomaba apenas la perlada línea de los dientes; abiertos los párpados, las pupilas vueltas hacia el cielo, la muerta parecía estar en éxtasis, como si aún no hubiese abandonado la existencia del todo, deseosa de poder atestiguar que fuera de la vida humana, en el silencio y en la sombra, había por fin hallado el bienestar y la alegría.
Por de contado, querida, me refiero a la masculina. No sé nada que pueda hacer tolerable a la femenina». Al cabo de una semana había doña María olvidado ya por completo este episodio: pero sus paseos de la tarde tomaron inconscientemente otra dirección. Con cierta extrañeza notó que todas las mañanas un fresco ramo de flores de azalea aparecía por entre las demás, sobre su pupitre.
Allí, mientras los hombres trabajaban en el fondo de las minas, el pequeñuelo permanecía sobre una manta extendida sobre la verde hierba. La intuición artística de los mineros acabó por decorar esta cuna con flores y arbustos olorosos, llevándole cada cual, de tiempo en tiempo, matas de silvestre madreselva, azalea, o bien los capullos pintados de las mariposas.
Al enfocar en la carretera, obediente a una agradable voz del interior, refrenó de repente los caballos y esperó respetuosamente mientras Tomasito saltaba del coche por orden de la maestra. La otra mata: no aquélla, Tomasito. El interpelado sacó su cuchillo nuevo, y cortando una rama de una alta mata de azalea, volvió con ella hacia doña María. ¿Adelante? Adelante.
Imagíname entonces como mata de azalea sin flor aún y toda verde, e imagíname ahora como la misma planta con toda la pompa y las galas de sus abiertas flores.
Palabra del Dia
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