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Actualizado: 7 de julio de 2025
Un fuego hirviente giraba por mi cabeza, y un opio el más dulce señoreaba todo mi ser: mis ojos miraban todavía aquellos lindos caracteres dibujados con oro y azul, y mi mente, lanzada ya en la senda de las ilusiones, corría rápidamente tras las sombras engañosas de los paraísos aéreos: ¡oh Abenzeid, qué estado tan celestial!
Tú me dices que adoras y que te idolatran, que has entrado en el palacio del amor por la puerta del misterio, que no cambiarás tu estado por el reino de Fez... Pero, en fin, no responderás a mis preguntas: ¿Quién es?, ¿cómo la viste?, ¿dónde se encuentra? El compañero de tu niñez, tu amigo Abenzeid te lo suplica.
Dentro de aquellos vergeles nada se oía más que el sonar de las cascadas o los silbos de los mirlos y ruiseñores que buscaban el nido entre los sauces y madreselvas; por las almenas nada cruzaba, y sólo se veía brillar dudosamente alguna luz en este o aquel ajimez en los encumbrados camarines del palacio: ¡oh Abenzeid, qué impaciencia! ¡qué inquietud!
Velid Nazar, a ti te saluda, valiente Abenzeid: Sólo tus cartas pudieran despertarme del sueño encantado del placer en que vivo; pero despertándome me encuentro en los brazos de otros sentimientos aún más dulces, cual es la amistad; ¿más dulce dije? ¿si habré proferido alguna blasfemia? ¡pueda mi pecho servir de anillo y unión eterna a pasiones tan celestiales!
Adiós. La Reina de las Hadas." ¡Oh, querido Abenzeid! Ni las hojas de las flores cuando rompen su corola, son tan numerosas ni de matices tan vivos y diversos como los pensamientos que abrieron mi pecho a las imaginaciones del amor, cuando acabé de beberme las razones encantadas del billete misterioso.
Mas no pienses que los acíbares faltaban en este mi primer sorbo del cáliz de los amores; no, Abenzeid; el absinto del dolor se desliza traidoramente entre los labios de la juventud, y esta sentencia tuya sonaba siempre como presagio en mis oídos.
Palabra del Dia
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