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Y en cuanto á la reverencia del pueblo, ¡ojalá que se convirtiera en odio y desprecio! ¿Crees , Ester, que pueda servirme de consuelo tener que subir á mi púlpito, y allí exponerme á las miradas de tantos que dirigen á sus ojos, como si resplandeciera en mi rostro la luz del cielo? ¿Ó tener que contemplar mi rebaño espiritual sediento de verdad y oyendo mis palabras como si fueran vertidas por uno de los escogidos del Eterno, y luego contemplarme yo á mismo para no ver sino la triste y negra realidad que ellos idolatran? ¡Ah! me he reído con intensa amargura y agonía de espíritu ante el contraste que existe entre lo que parezco y lo que soy verdaderamente! ¡Y Satanás se ríe también!

Ven... ven conmigo... por aquí y abrazados como dos hermanos que se consuelan, como dos amantes que se idolatran, siguieron por un camino del jardín hasta una pequeña glorieta en uno de cuyos bancos se sentaron, oyendo claras y nítidas las sugerentes notas del nocturno. ¡Cuánto te incomodo!... No, Lorenzo, no puedes incomodarme jamás... ¿pero qué tienes?...

»Ya pueden ponderar hasta el colmo los amantes el martirio que les causan sus celos. ¿Qué supone la ira de un Otelo si se la compara con la desesperación de Brabantio y de la Sachette? »¡Oh! ¡Los amantes! ¿Acaso vivieron veinte años de la vida del ser que ellos idolatran? »¿Por ventura, después de crearlo una vez, lo perdieron para salvarlo otras veinte?

Estaba escrita con letra vacilante y temblona, y rezaba: «Ilustre señora: Pedrito y Augustias salieron en un coche para Inhiesta, a las cinco de la tarde de hoy. Se idolatran. Quieren casarse. Yo creí ejecutar una acción generosa ayudándoles. Llevan cincuenta duros que les presté; y no es que los reclame. Perdónelos y perdóneme, si nos equivocamos, por haber amado tanto.

me dices que adoras y que te idolatran, que has entrado en el palacio del amor por la puerta del misterio, que no cambiarás tu estado por el reino de Fez... Pero, en fin, no responderás a mis preguntas: ¿Quién es?, ¿cómo la viste?, ¿dónde se encuentra? El compañero de tu niñez, tu amigo Abenzeid te lo suplica.

El peatón postal, único eslabón que los unía con el mundo circunvecino, contaba algunas veces maravillosas historias de Campo Rodrigo, diciendo a menudo: Allí arriba tienen una calle que deja muy atrás a cualquier calle de Red-Dog; tienen alrededor de sus casas emparrados y flores, y se lavan dos veces al día; pero son muy duros para con los extranjeros e idolatran a una criatura india.