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Actualizado: 11 de junio de 2025
Hizo pues el sacrificio de la cena y del baile y no se durmió aquella noche. ¡Sonoras exclamaciones de espanto, de indignacion, fingir que el mundo se había venido abajo y las estrellas, las eternas estrellas, chocaban unas con otras! Despues una introduccion misteriosa, llena de alusiones, reticencias..., luego el relato del hecho y la peroracion final.
Tampoco... Yo no hago nunca escondido de mi mama nada que no pueda hacer delante de ella... ¡Tu mamá es la cocinera y yo soy la niña, y te lo mando! No podría, niña, no podría gimió Ramón con voz tan compungida que la misma Lita soltó la carcajada, una de esas sonoras carcajadas que sólo sabía arrancarle el chico de la cocinera. ¡Bueno! dijo, cambiando el giro de la conversación.
¿Usted sabe quién es, señorita Cristina? preguntéla al devolverle la carta. Es muy probable dijo, mostrándonos sus blancos dientes y sacudiendo gravemente su femenil cabeza, iluminada por la felicidad. ¡Gracias, señoras y señor! saltó del estribo y muy luego desapareció en la selva, elevando hacia el Cielo las notas alegres y sonoras de alguna canción bretona.
Palabritas sonoras enlazadas unas a otras para halagar el oído. ¿Qué pensamiento, qué emoción se agitaba debajo de esa brillante cascada? Cierto que las descripciones eran felices, ¿pero el don de la poesía consiste solamente en describir los objetos exteriores? El espíritu humano no se alimenta de descripciones, sino de ideas y sentimientos. Todo le pareció pueril, primitivo en aquella poesía.
Alzar la voz para discutir se consideraba allí como la manifestación más acabada del mal gusto; sólo en las tabernas se disputaba a gritos. A veces había también sus rasgos de ironía, sus chistes; Carlitos y Valle se autorizaban algunos; entonces todos sonreían con benevolencia y hasta se reía suave y discretamente, nunca con fuertes o sonoras carcajadas.
Celebró el conde la frase con mucha risa, y el clérigo contestó á sus metálicas carcajadas con otras sonoras y campestres, que produjeron algunos instantes de algazara en el comedor. La condesa sonreía dulcemente, mientras el señorito Octavio seguía ejecutando esfuerzos prodigiosos y titánicos para que los chistes del presbítero le desternillasen de alborozo.
En cuanto los chicos le divisaron corrieron a rodearle como un bando de gorriones alborotadores. Don Germán se sentó a descansar en uno de los bancos de piedra, charlando, riendo con ellos. Sus carcajadas llegaban alegres, sonoras, como en otro tiempo a los oídos de Elena, pero ahora sin saber por qué ¡ay! le partían el corazón.
¡Oh! ¡vuestras espuelas! exclamó ¡nos hemos olvidado de que os las quitáseis! Pues me las quitaré dijo Montiño. No, no, seguid adelante; en esta galería no podemos detenernos; ¡oh Dios mío! Y la dama siguió andando de prisa. Al cabo de un buen espacio de marcha por habitaciones obscuras y sonoras, la dama se detuvo y soltó la mano de Montiño. ¡Ah! dijo el joven. Hemos llegado contestó ella.
Fluían sonoras, homéricas carcajadas de su pecho levantado de esternón como el de un pollo: abrazaba a los amigos hasta asfixiarlos, y cuando el duque le dirigía alguna pregunta respondíale con cierto desdén desde la altura de su gloria. Y sin embargo, en aquel colosal negocio, él no llevaba ni un medio por ciento.
Ricardo quedó extasiado ante el espectáculo que se ofreció a su vista. Estaban frente al mar, en medio de una playa rodeada de altísimos peñascos cortados a pico. Parecía imposible salir de ella sin arrojarse a las olas, que venían majestuosas y sonoras a desplomarse sobre su dorada arena festoneándola con sábanas de espuma.
Palabra del Dia
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