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Actualizado: 18 de noviembre de 2025
Felipe se llevó las manos a las sienes como temiendo que su cabeza estallara; luego, aturdido, sin darse cuenta de sus actos, se levantó vacilante, tomó maquinalmente el sombrero y con paso de autómata salió sin despegar ya los labios, como si aquel golpe le hubiese dejado mudo.
En su continente y su figura tenía combinados en extraña mezcla algo de la muchacha del pueblo, que tiende a parecer señorita, y mucho de la hija de la clase media, que recuerda inconscientemente su origen popular: con pañuelo de seda en la cabeza, parecía menestrala; con sombrero de flores, daría envidia a una señora.
Callaba, y comía y bebía. Paco, con la boca llena, pero no por modo grosero, sino casi elegante, hablaba, brillante la pupila, rojas las mejillas, con el sombrero echado hacia el cogote. Ella está enamorada, de eso estoy seguro... pero tú... tú no eres el de otras veces... parece que la temes.
El sombrero hongo revelaba servicios dilatados en diferentes cabezas, hasta venir a prestarlos en aquella, que quizás no sería la última, pues las abolladuras del fieltro no eran tales que impidieran la defensa material del cráneo que cubría.
Poco á poco: el sombrero necesita una toca rica; una toca por lo menos de oro á martillo; el jubón necesita herretes; las cuchilladas piedras ó perlas, y luego espada. Todo eso lo tengo dijo don Juan, descubriendo el resto de su tesoro y abriendo los estuches. ¡Misericordia de Dios! ¿sabéis lo que tenéis aquí, señor? Pienso que es mucho. Esta pedrería vale lo menos dos millones de ducados.
Le cantó a la Virgen, y luego, poseído de santo entusiasmo, prorrumpió en requiebros. ¡Olé la Macarena bonita! ¡La quería más que a su novia! Para expresar mejor su fe, quiso arrojar a sus pies lo que llevaba en la mano, creyendo que era el sombrero, y un vaso fue a estrellarse en la hermosa faz de la gran señora.
Pero aun hay más. Cuando don Simón suspende, dos veces al día, sus tareas, sube al primer piso; y atravesando alfombradas estancias, alfombradas, así como suena, entra en un gabinete lujosamente amueblado también, y allí se cambia la bata por un elegante traje de calle; se quita el gorro de la cabeza, en la cual ocasión puede vérsela coronada por una calva nada aristocrática por cierto, y se pone el grave, reluciente sombrero de copa.
Vestía chaqueta corta, sombrero cordobés de alas rectas, pantalón ceñido, faja de seda encarnada y camisa bordada con botones de diamantes: todo rico y esmerado, y mostrando no sólo un hombre bien acomodado, sino cuidadoso de su persona y quizá un poquito pagado de ella. ¿Y Joselillo? preguntó. Pues se fué hace ya bastante rato por unos frascos de ginebra y aún no ha venido. ¡Valiente niño!
El también, cuando sea grande, va a ser general, con un vestido de dril blanco, y un sombrero con plumas, y muchos soldados detrás, y él en un caballo morado, como el vestido que tenía el obispo. El no ha visto nunca caballos morados, pero se lo mandarán a hacer. Y a Raúl ¿quién le manda hacer caballos?
Pero se sentía algo de penoso en la tranquilidad de su actitud, en su sonrisa misma y hasta en el descuido con que se había puesto el sombrero de fieltro. En la carta le pedía, con mucho mimo, que accediera a servirle de padrino. Pero como él comenzara de nuevo a interrogarla, Adriana le miró seria y cariñosamente: Tío, estos asuntos no tienen explicación.
Palabra del Dia
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