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Actualizado: 18 de noviembre de 2025


Se irguió don Santos; volvió a descargar una palmada sobre el sombrero verde, y extendiendo una mano y dando un paso atrás, exclamó: Nada de violencias... ¡Ábrase a la justicia! ¡En nombre de la ley, abajo esa puerta! ¡Señor don Santos, a la cama! dijo el sereno, ya de vuelta . No puedo consentir que usted siga escandalizando.... Abra usted esa puerta, derríbela usted, señor Pepe.

Yo tengo la franqueza de decirlo, y mis declaraciones le producen una gran satisfacción a este viejo. Por eso sonríe con su aire bondadoso y clava su mirada en el fondo de su sombrero. Este sombrero él se lo ha puesto durante una porción de años para venir al Congreso. ¡No se comprará otro!

Y se dulcificó la rigidez de su semblante, sus ojos se humedecieron y lloró. ¡Oh! ¡Dios mío! ¡Dios mío! dijo ; la vida es un sueño de Satanás! ¡, , un sueño horrible! ¡pero, seguidme! tomad vuestras armas, que ya no hay peligro en que las toméis, y vamos. Don Juan tomó sus armas, su sombrero, su capa, y siguió á Quevedo; pero antes de salir se volvió hacia Dorotea.

Felipe se quedó parado y tieso como un poste al ver que Alberto le apuntaba. ¿Qué va usted a hacer? exclamaron corriendo hacia él, el procurador y el conde de Mengis. Pero no tuvieron tiempo de impedir que disparara. Sonó el tiro y el sombrero de Felipe rodó sobre la hierba, con un agujero en el mismo sitio en que lo tenía, el de Alberto, horadado, como sabemos, por la bala de Felipe.

Sin duda Ramón estaba en casa aún. Miró el reloj. No eran más que las dos y media. Dirigióse a paso largo hacia la casa de su suegro, en la Rúa Nueva, mas cuando hubo dado unos pasos, advirtió que iba sin sombrero y de frac. Volvióse al Liceo. Al primer criado con quien tropezó en la escalera, le pidió que le bajase el sombrero y el abrigo. Cuando llegó a casa, Ramón estaba enganchando ya.

La doncella de la señorita Guichard le traía en una bandeja. Decididamente, Herminia estaba prisionera. No la encerraban con llave, pero estaba, sin duda, estrechamente guardada. Resolvió cerciorarse y á eso de las dos cogió el sombrero y la sombrilla y bajó. Al penetrar en el vestíbulo encontró á la doncella cosiendo al lado de una mesa.

Al cabo de un rato bien largo de toser, cambiar de punto de apoyo, manosear el sombrero y luchar con sus greñas, comenzó así el aldeano: Pues, señor, yo soy, pa lo que usté mande, Cleto Rejones, y vivo aquí, á la esquierda, cancia la juenti, como el que tira á la mies del Jalecho, en una casa sola que usté habrá visto al ir á cazar esta mañana..., que tiene un higar delante....

Adentro aguardaban al cura el alcalde con algunos ancianos y algunas mujeres de edad. El cura se quitó el sombrero delante del alcalde, dando así un ejemplo del constante respeto que debe tenerse a la autoridad, emanada del pueblo; saludó cariñosamente a las viejas vecinas, y entró conmigo y los hombres a su saloncito, que no era más grande que un cuarto común.

Por todo arreo llevaba Nieves una túnica lisa de color de barquillo, muy ajustada al airoso talle, y un sombrerito de paja del tono del vestido, de los guantes y de la sombrilla; y por todo adorno del traje, dos toques o notas verde mar: una en el sombrero y otra en la cintura.

Aquí había llamado su atención un personaje de ademanes majestuosos y aspecto excesivamente brillante, con sombrero hongo, pero de seda gris bien peinada, gabán de color de miel con bocamangas de terciopelo del mismo tono y guantes y zapatos blancos.

Palabra del Dia

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