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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Las otras niñas, que no esperaban más que un motivo de distracción y entretenimiento, al ver la triste figura que hacía su compañera al despertar bruscamente, soltaban la risa, se interrumpía el rezo, gruñía la madre Brígida, cacareaba la madre Angustias, y llovían los cañazos á diestra y siniestra. Al anochecer continuaban las lecciones y el catecismo.
Los tenderos, los pocos transeuntes que cruzaban por la calle y alguna señora que se asomaba al balcón con el ruido, soltaban a reir alegremente. El barrendero mismo, a pesar de su crítica situación, no podía reprimir una sonrisa viendo a aquel energúmeno con la levita remangada dando furiosos y desconcertados limpiones al suelo. ¡Así se barre!... ¡...ajo!
Aquellos salvadores sólo le buscaban á él, abandonando á los demás. Perdió la noción del tiempo. Un frío agónico fué paralizando su organismo. Las manos ateridas y ganchudas se soltaban del madero, volviendo á agarrarse á él con esfuerzos supremos de voluntad. Los otros náufragos habían tenido la precaución de ponerse sus chalecos flotantes al iniciarse el hundimiento.
Tiraban al florete, y entonces los ojos del guerrillero se animaban; seguía con atención los movimientos de los fingidos duelistas y aun arrojaba alguna palabra picante o algún comentario de maestro entre los rechinantes aceros. Pero de repente decía «basta» y los dos atletas soltaban el florete y se quitaban la máscara, sacando a luz el rostro sudoroso.
Y al aparecer el marqués en un balcón, rodeado de sus amigotes, abríase la puerta de la cuadra y salía bufando con espumarajos de rabia un novillo, al que habían aguijoneado previamente los criados. Los que realmente eran cojos, corrían hacia los rincones, amontonándose, manoteando con la locura del miedo; y los fingidos soltaban las muletas, y con cómica agilidad se encaramaban por las rejas.
Veremos quién más puede respondían los otros. Los dos bandos que habían nacido años antes y crecían lentamente, aunque todavía débiles, torpes y sin brío, iban sacudiendo los andadores, soltaban el pecho y la papilla y se llevaban las manos a la boca, sintiendo que les nacían los dientes. Despedime de Amaranta y su amiga, prometiendo visitarlas al día siguiente, como en efecto lo hice.
Bajóse rápidamente á cogerla, mas al hacerlo pudo observar con estupefacción que las manos de Paco Ruiz y de Carmen se hallaban enlazadas y que se soltaban á toda prisa al notar su movimiento. Sintió la misma impresión que si hubiese tocado una víbora. Al levantarse lanzó una mirada fulminante, abrasadora, sobre ambos.
Debían fusilar a los ganaderos que soltaban tales animales. Cuando tomó por segunda vez los trastos de matar, dio una orden al Nacional y a otro de sus peones para que se llevasen con la capa el toro hacia la parte de la plaza donde estaba el populacho. Conocía al público.
Vaya, vaya, que es muy tarde dijo con impaciencia la señora que primero se había levantado. Empezaron á ponerse los abrigos. Paco tomó el serenero de una señora, se envolvió la cabeza con él y salió de esta traza á la tienda, donde fué recibido con risas protectoras y benévolas. Las señoras á su vez chillaban y soltaban carcajadas agudas que provocaban á reir.
A la caída del sol soltaban los muchachos su último cántico, dando gracias al Señor «porque les había asistido con sus luces», y recogía cada cual el saquillo de la comida, pues como las distancias en la huerta no eran poca cosa, los chicos salían por la mañana de sus barracas con provisiones para pasar el día en la escuela.
Palabra del Dia
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