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Entra uno de éstos con la linterna, y dos a sus lados con dos faroles hechos con telas de las entrañas de los toros, puestos en la punta de cañas largas; se hincan de rodillas delante de la imagen que está en medio de la iglesia, y entre tanto canta la música un motete en guaraní, que expresa aquel paso, el que concluido se levantan estos muchachos y siguen a ponerse en orden en la procesión, y entran otros con otra insignia; y así van siguiendo hasta que concluyen todos, que son tal vez veinte o más, y las insignias que llevan tan toscas y materiales que la soga es un lazo de enlazar, el azote uno de cuero de los que ellos usan para castigar, la escalera la que el Viernes Santo sirve para el descendimiento, y así de lo demás.

En la mano derecha lleva también un saco y en la izquierda una cesta que tiene en vez de asa un trozo de soga retorcida: allí trae una jícara sin asa, un borlón de darse polvos de arroz, un ojo de vidrio caído de un animalucho disecado, una rueda de butaca y la tapa de una caja de dulces adornada con un ramito de azahar artificial. Aquella mujer es la Mona.

-Habla con respeto, Sancho, de las cosas de mi señora -dijo don Quijote-, y tengamos la fiesta en paz, y no arrojemos la soga tras el caldero.

Nada, señora contestó Miguel, que ese muchacho quería abrir el vestido a Maximina para enseñar una soga que dice que trae. No, madre gritó Adolfo, es que ella me pegó, porque la llamé beatona. te callas, tunante le dijo la madre encolerizada, aplicándole al mismo tiempo una soberbia bofetada que le enrojeció la mejilla. Adolfo se puso a clamar al verdadero Dios.

Alborotáronse algunos amigos y conocidos, que había en el corro, y sobre el montante del señor Maestro le entraron tirando algunas estocadillas veniales al tal don Cleofás, que con la zapatilla, como con agua bendita, se las quitó, y apelando a su espada y capa, y el Cojuelo a sus muletas, hicieron tanta riza en el montón agavillado, que fué menester echalles un toro para ponellos en paz: tan valiente montante de Sierramorena, que a dos o tres mandobles puso la plaza más despejada que pudieran la guarda tudesca y española, a costa de algunas bragas que hicieron por detrás cíclopes a sus dueños , encaramándose a un tablado don Cleofás y su camarada, muy falsos , a ver la fiesta, haciéndose aire con los sombreros, como si tal no hubiera pasado por ellos; y acechándolos unos alguaciles, porque en estas ocasiones siempre quiebra la soga por lo más forastero , habiendo dejarretado el toro, llegaron desde la plaza a caballo, diciéndoles: Señor Licenciado y señor Cojo, bajen acá, que los llama el señor Corregidor.

En mi mocedad siempre andaba por las iglesias, y no de puro buen cristiano. Muchas veces me hubieran llorado en el asno si hubiera cantado en el potro. Nunca confesé sino cuando lo mandaba la Santa Madre Iglesia. Preso estuve por pedigüeño en caminos y a pique de que me esteraran el tragar y de acabar todos mis negocios con diez y seis maravedís: diez de soga y seis de cáñamo.

Vaya Ballester dijo Fortunata con malísimo humor . No estoy ahora para bromas. Lo creo... Tiene usted el corazón como si se lo estuvieran apretando con una soga... ¡Ay!, ... exclamó con arranque la joven a quien faltaba poco para echarse a llorar. Y usted ha llorado, porque los ojos también lo están diciendo. , ... pero déjese de tonterías y no se meta en lo que no le importa.

Dígase la verdad, que como los reducidos recibieron con ojos serenos la soga y se sentaron en el palo con ánimo sosegado, así al contrario estos impenitentes al ver de cerca la llama comenzaron a mostrar su furor, forcejando a toda rabia por desprenderse de la argolla, lo que al fin consiguió el Terongí, aunque, ya sin poderse tener, cayó de lado sobre el mismo fuego que huía.

Pero cuando los pobres caballos pasaron por el camino, ellas abrieron los ojos despreciativas: Son los caballos. Querían pasar el alambrado. Y tienen soga. ¡Barigüí pasó! A los caballos un solo hilo los contiene. Son flacos. Esto pareció herir en lo vivo al alazán, que volvió la cabeza: Nosotros no estamos flacos. Ustedes, están.

Prometíase aquél entonces no abandonar un instante a su compañero, y durante algunas horas, en efecto, la pareja pastaba en admirable conserva. Pero de pronto el malacara, con su soga a rastra, se internaba en el chircal, y cuando el alazán, al darse cuenta de su soledad, se lanzaba en su persecución, hallaba el monte inextricable.