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Actualizado: 15 de junio de 2025
Armado de punta en blanco, avellanado y cejijunto, de mirada penetrante, y brillando como un sol, gracias al barniz reciente, el misterioso personaje del lienzo se ofrecía a los ojos soñadores de Emma como el tipo ideal de grandezas muertas, irreemplazables.
El judío y el moro, vagando silenciosos y como soñadores por las calles de Gibraltar, con sus vestidos pintorescos y sucios, sus capuchones y turbantes, sus piernas desnudas y sus anchas sandalias, parecen estar evocando allí todas las tradiciones orientales y la historia de dos razas proscritas.
Platon, Aristóteles, san Agustin, santo Tomás, Descartes, Malebranche, Leibnitz, no eran mas que soñadores sublimes, cuyo genio contrastaba con su ignorancia de la verdadera naturaleza de las cosas. Todos ellos no sabian nada en materia de ideología y metafísica: estas ciencias eran un mundo desconocido, hasta que vinieron á descubrirlo Locke y Condillac.
Pero, cuando levantaba la cabeza, y fuerza era hacer eso de tiempo en tiempo, encontraba siempre la mirada de esos grandes ojos azules soñadores, que parecían decirme: «¿No has comprendido, pues, todavía, que yo soy una princesa encantada y que tú debes libertarme?»
Soñador de rara estirpe de sublimes soñadores que persiguen la anhelada redención de los dolores, heredad fosca y estéril de los seres infelices, fue su vida inmaculada de fecundas enseñanzas, en los tristes vencimientos alentar las esperanzas 35 y en las bregas afanosas restañar las cicatrices.
Con un pequeño latir en el corazón, pensaba Delaberge en la vieja hospedería con su umbral, al que se subía por cinco escalones y con su muestra de hierro enmohecido, en los ojos lánguidamente soñadores de la señora Miguelina y en la figura rabelesiana y llena de malicia de su esposo...
Carmen se asomó a mirar. Allí estaba Fernando, esbelto, seductor, con su cara pálida y fina, su bigote negro, sus ojos endrinos y soñadores. Tenía despejada la frente, rizo el cabello obscuro, y sensual la boca, sonreidora y correcta. Entró el viajero en el zaguán, y quedóse la muchacha fascinada, dudando si en efecto sería aquel Fernando Alvarez de la Torre hijo de doña Rebeca.
Abril, 1921. Tagalo Kundiman, Kundiman de versos de amores que en los plenilunios prefieres tu vuelo tender: tus suaves estrofas que lloran ocultos dolores dicen la nativa tristeza del atardecer. Tienes el aroma de nuestras edémicas flores y el ritmo y el mimo de un beso ideal de mujer, y resumes toda la queja de los soñadores de mi pobre raza, sujeta a un extraño poder.
Lo que no me llenó en el primer momento fueron los ojos. Eran demasiado soñadores, de color azul demasiado pálido para esa criatura exuberante de vida. Parecían ahogarse en éxtasis; sin embargo, los párpados, medio bajos, dejaban escapar una mirada inquieta, recelosa, como la que tienen los perros malos a quienes se castiga con frecuencia.
Observa Bagehot, por ejemplo, cómo los inmensos beneficios positivos de la navegación no existirían acaso para la humanidad, si en las edades primitivas no hubiera habido soñadores y ociosos seguramente, mal comprendidos de sus contemporáneos a quienes interesase la contemplación de lo que pasaba en las esferas del cielo.
Palabra del Dia
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