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El general, lleno de ira, dio un paso hacia ella y se oyó al mismo tiempo un gemido sordo: era que Enrique, sintiéndose peor de su herida, se desmayaba, y hubiera caído sobre el pavimento si no lo hubiese yo sostenido en mis brazos. La cólera del general, cambiando súbitamente de dirección, descargó sobre su sobrino.

Aquellos hierros que les separaban y que él inútilmente sacudía con impotente fuerza, eran sus propios votos, y aquel instante supremo de su vida, la ratificación solemne de la infame ley que le decía: «No te amaránSintiéndose morir, dejó caer con desaliento los brazos, y todo su rencor se disolvió en dos lágrimas que rodaron lentamente por su abrasado rostro.

En estos parajes solitarios del río, cuando se lanza impetuosamente desde los gigantescos Apeninos hacia el mar, moran, tranquilos y contentos, sin que el ser humano perturbe su plácida existencia, el brillante martín pescador y la majestuosa garza, sintiéndose dueños absolutos de él.

Como en el mismo instante sintiera pasos, cargó en sus brazos á la gentil dama, echando á correr con ella fuera de la casa. Bajó la escalera, atravesó el patio, salió á la calle con tanta velocidad. Su carrera era como la del pájaro que, al robar su grano, oye el tiro del cazador, y sintiéndose ileso, quiere poner entre su persona y la escopeta toda la distancia posible.

Penetraron impetuosamente los de la primera, acuchillando sin piedad; los caballos bramaban de furor, sintiéndose heridos a fuego y a hierro. Algunos caían, dejando morir a sus jinetes, y otros se arrojaban con más fuerza, destrozando cuanto hallaban bajo sus poderosas manos.

Buscar Calixto para tercera de sus amores a una empecatada bruja zurcidora de voluntades y maestra de mujeres de mal vivir, tiene algo de monstruoso que ni en el siglo XV ni en ningún siglo se comprende, no siendo Calixto vicioso y perverso y sintiéndose muy tierna y poéticamente enamorado.

Emma seguía sintiéndose orgullosa del físico de su Bonis, como llamaba a Reyes; y al verle ir y venir por la alcoba, siempre de agradable y noble catadura a pesar de los oficios humildes en que allí se empleaba, experimentaba la alegría íntima de la vanidad satisfecha.

La emoción de la joven se hizo tan fuerte que su garganta no pudo dar paso a ningún sonido; entonces, sintiéndose incapaz de formular sus pensamientos y de substraerse a las sensaciones que la agitaban, le tendió la mano, cerrando los ojos. ¿Qué podía decir, además, si no se reconocía en el derecho de pronunciar las palabras que a sus labios subían de su corazón?

Zaratustra y la señora Eusebia le escucharon silenciosos, pero sin participar de su emoción. ¿Conque la chica del Mosco había muerto? ¡Todo sea por Dios!... Y el par de vejestorios replegábase en su egoísmo, sintiéndose más fuerte, más feliz, con la satisfacción de conservar su existencia, mientras la muerte ensañábase con la juventud.

La pobre madre, al mirarlas, temblaba toda, sintiéndose herida en lo más delicado y sensible de su íntimo ser. ¡Extraña alianza de las cosas! ¡Cómo lloraban aquellos pedazos de barro! ¡Llenos parecían de una aflicción intensa, y tan doloridos, que su vista sola producía tanta amargura como el espectáculo de la misma criatura moribunda, cuando miraba con suplicantes ojos á sus padres y les pedía que le quitasen aquel horrible dolor de su frente abrasada!