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Los choques iniciados frente á Italia iban á terminarse en la costa de Asia. Todo el Mediterráneo servía de palenque. Catalanes y venecianos buscaban á los genoveses en Negroponto; pero éstos, sintiéndose inferiores, volaban á refugiarse en el Bósforo.

Feliciana cerraba los ojos, estremecida por el chaparrón de besos, vibrando su virgen sensibilidad con el apretón de los masculinos brazos, sintiéndose próxima a caer al suelo, como si las piernas temblorosas no pudiesen sostenerla, murmurando entre suspiros dulces: Basta... déjame... Que me matas: que grito... Asesino...

Adriana, sintiéndose a punto de abrazar llorando a su tío, furtivamente se retiró a su cuarto, sin advertir que Muñoz la seguía. Cuando de pronto se vio sola con él, tuvo, azorada, la tentación de huir. Dominándose, fingió que había entrado a su habitación para buscar algo en la mesita de luz. Pero él, acercándose, le enlazó la cintura. Adriana, pálida de susto, se defendió.

Enfebrecido por el confuso rumor de los diálogos y el aire denso de la sala, Ramiro tuvo que reconcentrarse un momento, sintiéndose penetrar hasta el fondo del ser por la pasión que exhalaban aquellos últimos relatos.

Y la verdad era para él a modo de una pelota de retazos, confusos y en desorden, de lo que había oído a don Joselito. Mirábanse los camaradas, asombrados de la sabiduría de su compañero, sintiéndose satisfechos de que uno de los suyos hiciese frente a gentes de carrera y las pusiera en aprieto, por ser clérigos casi siempre de pocos estudios.

Los amigos de las de Itualde lo defendían y ensalzaban, le atacaban los enemigos... Entre esos enemigos, sintiéndose desairado por la esquiva beldad, el más temible era Publio Esperoni. Publio Esperoni podía bien considerarse un mal sujeto.

Á pesar de sus muchos dones naturales y vastos conocimientos, había en el aspecto de este joven ministro algo que denotaba una persona asustadiza, tímida, fácil de alarmarse, como si fuera un sér que se sintiese completamente extraviado en el camino de la vida humana y sin saber qué rumbo tomar, sintiéndose tranquilo y satisfecho tan sólo en un lugar apartado, escogido por él mismo.

Con inflamados ojos miró Pecado su querido ros en la cabeza de aquel monstruo de la rapacidad, y poniéndose los brazos en jarra, habló así: «¿Sabes lo que te digo?..., que si no sueltas el ros te reviento a patás. ¡Ladrónchilló el Majito, sintiéndose otra vez más valiente por la presencia de Mariano.

Veo que eres una persona razonable añadió sintiéndose consolado con mi aprobación ; veo que tienes miras elevadas y patrióticas... Pero Paca no ve las cosas más que por el lado de su egoísmo; y como tiene un genio tan raro, y como se le ha metido en la cabeza que las escuadras y los cañones no sirven para nada, no puede comprender que yo... En fin... que se pondrá furiosa cuando vuelva, pues... como no hemos ganado, dirá esto y lo otro... me volverá loco... pero quiá... yo no le haré caso. ¿Qué te parece a ti? ¿No es verdad que no debo hacerla caso?