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Abrió el paraguas, mas a los pocos pasos, el viento que soplaba huracanado en el Campo de los Desmayos se lo volvió. En la imposibilidad de cerrarlo y sintiéndose empujado violentamente por el huracán, el joven excusador se refugió en el negro, enorme portal de Montesinos. Nunca pasaba por delante de él sin sentir cierto estremecimiento de temor y curiosidad.

Ella se había detenido, como sorprendida, poniéndose frente a su compañero sin dejar de sonreír. Las parejas, girando, le ocultaron la escena. Sintiéndose a punto de perder completamente el dominio de mismo y de cometer acaso uno de esos actos que ridiculizan irreparablemente, su amor propio prevaleció.

Sintiéndose morir, llamó a Valeria y le habló de este modo: No te hagas ilusiones dijo sonriendo con una serenidad que daba miedo; esto se acabó. Quiso su amiga interrumpirla gastando bromas y fingiendo esperanzas, mas ella continuó: Óyeme bien.

Los días inmediatos desarrollaron para Ramiro una de esas bregas interiores que semejan la alternativa de un anciano y un mancebo. El entendimiento razona, aconseja, predice; mientras la voluntad, sintiéndose por fin reducida, se dispone a obedecer. Llega luego la acción, y no queda sino el vuelco del azar y el ardor de la sangre.

Tirso, si les oía, procuraba contenerse; mas algunas veces le era imposible disimular, y sintiéndose ya fuerte, terciaba en la conversación, mostrando, no simpatía tibia, sino ardor de sectario por la causa del absolutismo.

La misma personalidad física del pintor se le representaba bajo una nueva faz, sintiéndose herida por la dignidad natural de su andar, que traía a la memoria la marcha al mismo tiempo potente y ligera de los grandes felinos; se sentía herida por el brillo resplandeciente de su frente, por la enérgica acentuación de su tranquilo rostro, al cual sus cabellos, ya hoy ligeramente emblanquecidos, revestían de una extraña y suave aureola; se le aparecía, en fin, transfigurado cual si los pensamientos que lo ocupaban y lo sostenían en aquellos días supremos lo hubiesen envuelto en un nimbo de sobrenaturales resplandores.

La pobre madre, al mirarlas, temblaba toda, sintiéndose herida en lo más delicado y sensible de su íntimo ser. ¡Extraña alianza de las cosas! ¡Cómo lloraban aquellos pedazos de barro! ¡Llenos parecían de una aflicción intensa, y tan doloridos, que su vista sola producía tanta amargura como el espectáculo de la misma criatura moribunda, cuando miraba con suplicantes ojos á sus padres y les pedía que le quitasen aquel horrible dolor de su frente abrasada!

Sintiéndose así al lado de él, como en otro tiempo, los recuerdos de su infancia se agolpaban en su mente: ¿Recuerda el tiempo en que yo era chica? Yo lloraba para que usted me condujera sobre sus espaldas al subir las escaleras; ¡qué triunfo cuando usted cedía a mis caprichos de bebé, usted, el muchacho grande y juicioso! ¡Que si me acuerdo! exclamó Juan.

Luego desechó las dudas que empezaban á enturbiar su gozo, sintiéndose fortalecido por un orgullo varonil.

Tal vez, en sus sueños nocturnos, se vea de rodillas en las gradas de piedra del templo, sintiéndose indigna de entrar en él y llorando desconsolada. ¡Y pretende que no es cristiana! ¿Quién, entonces, merece el nombre de cristiano si ella no lo es?