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El joven se inclinó con respetuoso dolor: Aunque mi sinceridad aflija á usted, miss Maud, voy á obedecerla hablando francamente. Estoy conmovido hasta lo más profundo de mi ser por su generosa y caritativa afección. Usted ha sido impulsada, cosa digna de una mujer, por la obra de dulzura y de piedad que desea realizar cerca de un desgraciado.

Representaba más de veinte y menos de veinticinco años: tenía la mirada inteligente y expresiva, las facciones delicadas, el andar airoso y el cuerpo bien formado; pero su principal encanto estaba en la conversación, en el lenguaje, y no sólo en lo que decía sino en el modo de decirlo, porque además de gran claridad de entendimiento y mucho ingenio, descubrían sus palabras superior bondad de alma y sinceridad extraordinaria.

Esta mujer me vuelve loco pensaba Feijoo, experimentando, al oír a Fortunata, una sensación de inefable contento . Si estoy chocho, si no lo que me pasa... ¡Ay Dios mío, a mi edad!... No hay remedio, me declaro... Pero no, refrénate, compañero, aún no es tiempo... Al buen señor se le ponían los ojos encandilados oyéndole contar aquellas cosas con tan encantadora sinceridad.

Las tres novelas que fijan rotundamente la orgullosa personalidad de Mirbeau, son «El Calvario», libro admirable, según Bourget, «por la sencillez magistral de la factura, sus asuntos de punzante sinceridad y el valor con que desnuda las más secretas heridas del alma».

»Con toda sinceridad le declaro que me consume este aislamiento en que vivo, y del cual me quejo a usted porque en mi alma no cabe el disimulo... ¿Obro bien? No lo ; pero yo quisiera distraerme, salir, frecuentar la sociedad... vivir, en suma.

El Almirante contestó, que se alegraba de sinceridad; y creía que así, filipinos y americanos debíamos tratamos como aliados y amigos, exponiendo con claridad todas las dudas para la más fácil inteligencia entre ambas partes, añadiendo que, según tenia manifestado, =Estados Unidos reconocería la Independencia del pueblo filipino,= garantida por la honrada palabra de los Americanos, de mayor eficacia que los documentos que pueden quedar incumplidos, cuando se quiere faltar á ellos, como ocurrió con los pactos suscritos por los Españoles, aconsejándome formara enseguida la =bandera nacional= filipina, ofreciendo en su virtud reconocerla y protegerla ante las demás Naciones, que estaban representadas por las diferentes escuadras que se hallaban en la bahía, si bien dijo, que debíamos conquistar el poder de los españoles, antes de hacer ondear dicha bandera, para que el acto fuera más honroso á la vista de todo el mundo, y sobre todo, de los Estados Unidos, y para que cuando pasaran los buques filipinos con su bandera nacional por delante de las escuadras extranjeras infundieran respeto y estimación.

Con noble sinceridad, sin dejar de acariciar en su pensamiento la probable herencia, se asociaba al duelo de D. Romualdo por el generoso solterón rondeño. «En fin, señora mía: murió como católico ferviente, después de otorgar testamento... ¡Ay!...

Vaya, hombre, si supiera que esto nos aproximaba... ya te pagaría yo en amor lo que perdieses en dinero. ¡Te quiero tanto! Y en seguida, como si se arrepintiese de su sinceridad, añadió: No; no; soy una egoísta. Vete mañana mismo a cuidar de tu fortuna. ¡Yo no debo ni puedo ser nada para ti!

Y sin embargo, afirmó con enérgica sinceridad, créanlo ustedes o no lo crean, yo daría con gusto todos estos años intensos y todas las perspectivas de mi carrera diplomática, por volver a vivir el encanto de mis quince años, entre mis relaciones de aquí, donde los recuerdos me han dejado no qué perfume de sentimientos inolvidables.

Me parece, no obstante, que había más sinceridad en ellos que en el soneto del Sr. Grilo a las cataratas del río Piedra, aunque, por supuesto, mucha menos fantasía. La lluvia no cesaba. Con todo, se fue debilitando de tal modo, que ni para la salud ni para el sombrero había gran peligro en salir y llegar hasta Fornos.