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Cuando á mi vecino Simon le metieron en la carcel y le dieron de palos, por no poder declarar en un robo que se cometió cerca de su casa, ¡abá! por dos reales y medio y una rosca de ajos, le sacó el escribiente. Y yo le á Simon que apenas podía andar y tuvo que guardar cama lo menos un mes. ¡Ay! se le pudrió el trasero, ¡abá! ¡y murió de resultas!

Habían llegado a la rampa de Very y, como la cuesta era muy ruda, Simón bajó para aligerar un poco al caballo, precisamente cuando el inspector general meditaba sobre la manera de abordar la cuestión tratada el día anterior en Rosalinda. Francisco se quedó solo en el carruaje atormentado por sus tristes pensamientos, pues había también neblina en su corazón.

No era todo, sin embargo, miel sobre hojuelas para don Simón; pues si lo de las fiestas era realizable desde luego, por ser los obstáculos vencibles con dinero, lo del discurso no dejaba de tener tres bemoles, dado que, hasta aquel instante, ni había probado sus fuerzas parlamentarias, ni siquiera elegido asunto para su estreno.

Y con estos propósitos, caminando en ala los siete donde el terreno lo permitía, o en hilera si el sendero no daba más de , pero ocupando siempre don Simón el puesto de preferencia, ensanchábasele el pecho al pobre hombre a impulsos de su vanidad, creyendo de buena fe que todas aquellas deferencias con él guardadas eran hijas de una adhesión espontánea y desinteresada a su persona. ¡Y estaba cansado de oír hablar de ciertos caciques de aldea, perpetuos muñidores electorales, para quienes es una fiesta acompañar candidatos, y comer acá, y cenar allá, y desayunarse en el otro lado con ellos y a sus expensas, y frecuentemente un negocio cada elección después de cada paseo!

Poco después, don Juan, resuelto a seguir el consejo de Julia, quiso, para orientarse, conocer el terreno que acaso habría de pisar, y tomando un coche de punto, encargó al simón que pasase despacito por la calle de Don Pedro. Se quedó asombrado.

Simón inclinó la cabeza, se mordió los labios y frunció duramente las cejas. Miguelina comprendió que comenzaba a dudar y adivinó al mismo tiempo, por la contracción dolorosa de su rostro, que sufría el muchacho cruelmente. Entonces le atrajo hacia , le tomó la cabeza entre las manos y le besó con profunda ternura en la frente... ¡Pobre hijo mío! agregó.

Una indignidad, señor de los Peñascales... lo que puede desempeñar un cónsul de tres al cuarto. ¡Qué atrocidad! exclamó don Simón sinceramente escandalizado. Pues así va todo, amigo mío. Pero a bien que no me extraña, porque soy viejo en esta casa, y conozco hasta sus menores escondrijos. Habrá usted sido diputado varias veces...

Apenas saltaron á tierra los arqueros de la primera barca, mandados por el sargento Simón, se acercó á éste un obeso personaje ricamente vestido, que llevaba al cuello gruesa cadena de oro de la que pendía sobre el pecho enorme medalla del mismo metal. Sed bienvenido, alto y poderoso señor, dijo descubriendo una gran calva y saludando profundamente á Simón.

Justo, para dejarle a usted en blanco, después de haberlos servido... ¡Si anda ahora una pillería!... concluyó Lépero, fingiendo cierta indignación, como si quisiera conmover al tabernero. Y ¿qué pleito es ése? preguntó don Simón.

Como papá no puede ir por su pie, y el encajonarle en un simón sería incómodo porque no podría llevar las piernas extendidas... si lograses que nos dejaran una camilla... Cuenta con ella. ¿Tienes seguridad de estar libre a la hora que convengamos?