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Aurelio, dices, que por nombre tiene Ese cristiano? Ansi se llama. La galera que dices segun creo Se llamaba San Pablo, y era nueva, De la sacra religion de Malta, Yo en ella me perdi, y aun imagino Que conozco á ese Aurelio, y es un mozo De rostro grave, y de nacion Hispana. Sin dubda has acertado, Silvia mia, Quién es este enemigo de mi gloria? Es caballero, ó rustico aldeano?

El remedio que en esto se me ofrece, Es advertir á Aurelio que no diga Al Rey que es caballero, sino un pobre Soldado que iba á Italia, y que esta Silvia Es su muger, y si esto el Rey resiste, No querra por el tanto que costaron, Quitartelos, que el precio es muy subido. Muy bien dices, señora: bien, entremos Y demos este aviso á los dos juntos.

Doña Silvia no sólo gobernaba la casa con magistral economía, sino que asesoraba á su pariente en los negocios difíciles, auxiliándole con sus luces y su experiencia para el préstamo.

Forman su base los amores de Aurelio y de Silvia, cautivos ambos en Argel. Aurelio es amado de Zara, su señora, mujer del renegado Izuf; y tanto ella como su amiga Fátima se valen de todo linaje de astucias para seducirlo, aunque inútilmente, porque se mantiene inexorable. Esto se desenvuelve en las primeras escenas.

La de Jáuregui se puso su visita adornada con abalorio, y doña Silvia se presentó con pañuelo de Manila, lo que no agradó mucho a la viuda, porque parecía boda de pueblo. Torquemada fue muy majo; llevaba el hongo nuevo, el cuello de la camisa algo sucio, corbata negra deshilachada y en ella un alfiler con magnífica perla que había sido de la marquesa de Casa-Bojío.

Do estás, Silvia hermosa? qué distino, Qué fuerza insana de inplacable hado El curso de aquel prospero camino Tan sin causa y razon nos ha cortado? O estrella! ó suerte! ó fortuna! ó signo! Si alguno de vosotros ha causado Tamaña perdicion, desde aqui digo Que mil cuentos de veces os maldigo. Yo morire por lo que al alma toca, Antes de hacer lo que mi ama quiere.

Yo me acuerdo, y me paice que fué ayer cuando le contaba los garbanzos á la cuitada de Silvia y todo lo tenía usted bajo llave, y la pobre estaba descomida, trashijada y ladrando de hambre.

Mientras leía aquel tejido de inocentes perversidades, monsieur Jaccotot sintiose tocado en la secreta llaga de su corazón. ¿Cuál sería el porvenir de esa Silvia idolatrada? ¿Heredaría la naturaleza galante de su madre, así como su fisonomía y su gesto?... Y por el rostro del viejo maestro corrieron dos lágrimas silenciosas...

Gracias á la asistenta que tenían en casa; la señorita podía descansar algunos ratos; y para ayudar á la asistenta en los trabajos de la cocina, quedábase allí por las tardes la trapera de la casa, viejecita que recogía las basuras y los pocos desperdicios de la comida, ab initio, ó sea desde que Torquemada y Doña Silvia se casaron, y lo mismo había hecho en la casa de los padres de Doña Silvia.

Ya recomendaba en voz baja a Fortunata que no estuviese tan displicente con doña Silvia; ya corría al comedor a disponer la mesa; ya se liaba con Papitos y con Patricia, y parecía que a la vez estaba en la cocina, en la sala, en la despensa y en los pasillos. Creeríase que había en la casa tres o cuatro viudas de Jáuregui funcionando a un tiempo.