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Actualizado: 22 de junio de 2025
La fundadora, con aquella actividad vivaracha que en todo ponía, dictó a Severiana algunas disposiciones para la ceremonia que se preparaba. «Aquí pondrás la mesilla que está en la otra sala, y se hará el altar. Yo te mandaré un crucifijo, y buscaremos flores... La ropa de la cama hay que ponerla limpia, y adornar todo el cuarto lo mejor que se pueda...».
Y la falda, ¡qué elegante! ¿Dónde se encontraría aquella tela? Seguramente era de París. Oyose la voz ronca de Mauricia. Su hermana entró corriendo, y Jacinta miraba por el hueco de la puerta entornada. Cuando Severiana volvió a la sala, la señorita dijo: «Yo no entro. Pase usted con la pequeña.
«Yo tengo una niña dijo Mauricia en una de sus confidencias . La puse por nombre Adoración. ¡Es más mona...! Está con mi hermana Severiana, porque yo, como gasto este geniazo, le doy malos ejemplos sin querer, ¿tú sabes?, y mejor vive el angelito con Severiana que conmigo.
Mi madre fue planchadora en casa de los señores de Pacheco... allí nos criamos mi hermana Mauricia y yo». He oído hablar de ustedes a Guillermina... Severiana dejó el cesto de la compra, que bien repleto traía, arrojó mantón y pañuelo, y no pudo resistir un impulso de vanidad.
«De trapo... verá usted replicó Severiana llevando a la señora a su alcoba y mostrándole un montón de flores de papel dorado, tul y talco extendidas sobre la cama. Había también allí cintas de cigarros, y esas rosas con hojas plateadas que sirven para decorar los pitos de San Isidro. «Esto es muy feo opinó la santa , ¿pero no hay naturales, o siquiera ramaje?».
Le he vendido más alhajas que pelos tengo en la cabeza. ¡Ah!, entonces sí que estaba yo bien; pero de repente me trastorné, y caí tan enferma del estómago, que no podía pasar nada, y lo mismo era entrarme bocado en él o gota de agua, que parecía que me encendían lumbre; y mi hermana Severiana, que vive en la calle de Mira el Río, me llevó a su casa, y allí me entraron unos calambres que creí que espichaba; y una noche, viendo que aquello no se me quería calmar, salí de estampía, y en la taberna me atizé tres copas de aguardiente, arreo, tras, tras, tras, y salí, y en medio a medio de la calle caíme al suelo, y los chiquillos se me ajuntaron a la redonda, y luego vinieron los guindillas y me soplaron en la prevención.
Hablose luego de Adoración, que se había cosido a las faldas de Jacinta, y Severiana empezó a referir: «Esta niña es de mi hermana Mauricia... La señora metió en las Micaelas a mi hermana, pero esta se fugó, encaramándose por una tapia; y ahora la estamos buscando para volverla a encerrar allá». Conozco mucho esa Orden dijo la de Santa Cruz , y soy muy amiga de las madres Micaelas.
Dos piezas interiores completaban el cuarto. Cuando Guillermina, comprendiendo el fin próximo de Mauricia, indujo a Severiana a sacarla del hospital por tercera vez y llevarla a su casa, la señora viuda del comandante cedió su cuarto para tan benéfico objeto, trasladando sus muebles al cuarto de otra vecina. Mauricia fue, pues, instalada en la segunda de las dos salitas.
«Ayer me trajeron a la niña... ¡qué guapa y qué señorita está!...». ¿Pero no la tienes contigo? preguntó la de Rubín. No, señora. Si está en el colegio... replicó Severiana ; interna en el colegio de señoritas de doña Visitación. Sí... más vale que esté... allá... desapartada de mí.
«Dice que lo que le pide a la Virgen declaró Severiana con esa adulación de los humildes muy favorecidos y que aún quieren serlo más , es no separarse nunca, nunca de la señorita... para estarla mirando siempre». Ya sé que me quiere mucho, y yo la quiero a ella, si es buena y estudia. ¡Qué elegante estás!... No te había visto el vestido nuevo.
Palabra del Dia
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