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Actualizado: 22 de mayo de 2025
Si me la veo delante, digo, y me viene con palabras superfirolíticas... la trinco por el moño y así, así, le doy cuatro vueltas hasta que la acogoto...». Uniendo la acción a la palabra, Mauricia hacía contorsiones violentas, se destapaba, rechinaba los dientes... no pudiendo sujetarla Fortunata, llamó a Severiana: «¡Ay, venga usted!
Lo primero que a la santa se le ocurrió, para empezar, fue una ampliación de lo que había dicho en la casa de Severiana. «Si quiere usted que seamos amigas y que le dé buenos consejos, es preciso que tenga conmigo mucha confianza y no me oculte nada, por feo y malo que sea. Hay en su vida de usted un punto muy oscuro. Usted está casada y no quiere a su marido; así me lo confesó el otro día.
Jacinta cayó en la cuenta de su distracción. «Espérate un momento». A poco volvió con lo que la chiquilla deseaba, y repetida la recomendación de portarse bien y estudiar mucho, acompañolas hasta la puerta. Cuando Severiana y su sobrinita salían, entraba Moreno-Isla, y Jacinta que le vio subir, se detuvo en el recibimiento. Subía despacio y jadeante, a causa de la afección al corazón que padecía.
Severiana quiso llevarme otra vez a su casa; pero entonces una señora que conocemos, esa doña Guillermina... la habrás oído nombrar... me cogió por su cuenta y me trajo a este establecimiento. La doña Guillermina es una que se ha echado mismamente a pobre, ¿sabes?, y pide limosna y está haciendo un palación ahí abajo para los huérfanos.
Viene a visitarte el que hizo los Cielos y la Tierra... Te parecerá a ti que no lo mereces... Pues aunque no lo merezcas, él viene, y sabido se tendrá por qué. La vivacidad, la gracia y el fervor con que Guillermina decía estas cosas, impresionaron a las cuatro mujeres que las oían. Severiana soltaba dos lagrimones.
Luego se detuvo junto a una de las puertas y tocó en ella con los nudillos. «La señá Severiana no está dijo una de las vecinas . ¿Quiere la señora dejar recado?...». No; la veré otro día.
Sí, la señorita Guillermina la quiere mucho... Como que ella y Mauricia son hijas de la planchadora de la casa... ¡Severiana!... ¿Dónde está esa mujer? En la compra replicó Adoración. Vaya, que eres muy señorita. La otra, que se oyó llamar señorita, no cabía en sí de satisfacción.
Yo, de todas maneras, se los había perdonado; pero ahora, créelo, me alegraría de que me debiera lo menos doscientos, para perdonárselos también». ii Dos horas antes de la señalada para que Mauricia recibiera a Dios, ya estaba allí la fundadora. «Pero Severiana, ¿en qué estás pensando? fue lo primero que dijo al entrar por el pasillo . Quita de aquí esta artesa. ¡Vaya un adorno!
En la casa donde antes estuvo Severiana fue seducida por el amo, que la despidió brutalmente huyendo luego de Madrid, en cuanto supo las consecuencias de su pasajero capricho. La pobre muchacha tuvo una niña, y en vez de llevarla a la Inclusa, como algunas conocidas le aconsejaron, se la confió a una parienta que la cuidase, ofreciendo en cambio matarse a trabajar para pagar las mesadas.
A la mañana, casi de madrugada, Severiana salió de casa con su hija sin que nadie la viese; y era muy entrado el día, cuando Casilda mostrando a Damián la mancha que el aceite dejó en la alfombra, le decía nerviosa de terror: ¡Mira... no cabe duda!
Palabra del Dia
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