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Actualizado: 22 de junio de 2025
Anoche soñaba con la ropa nueva dijo Severiana , y ayer, cuando se la puso, no hacía más que mirarse al espejo. Si la tocábamos ¡ay!, nos quería pegar... Lo que ella deseaba era que la señorita la viera tan maja, ¿verdad, rica? No me gusta tanto afán por las composturas.
Ver partir a doña Jacinta era quedarse Adoración sin alma, y Severiana tenía que ponerse seria para hacerla entrar en razón. Aquel día le llevó la dama unas botitas muy lindas, y prometió llevarle otras prendas, pendientes y una sortija con un diamante fino del tamaño de un garbanzo; más grande todavía, del tamaño de una avellana.
No han hecho caso de la tarjeta que llevé, y tengo que volver esta tarde, y los sillares allí muertos de risa y la obra parada... Pero en fin, vamos a nuestro asunto. ¿En dónde está ese que se come la gente? Adiós, Severiana... Ahora no me puedo entretener contigo. Luego hablaremos». Avanzaron en busca de la guarida de Izquierdo, siempre rodeadas de vecinas.
Son para un hombre que toca la corneta, el trombón o qué sé yo qué. Se los mandaremos a Severiana. Yo me encargo de eso replicó doña Lupe, dando a entender que pensaba volver allá. No, los llevaré yo, bien envueltitos en un pañuelo dijo la sobrina, a quien de súbito entraron ganas de ir a la casa mortuoria . Llevaremos cada una nuestro duro, por si piden para el entierro. Eso no está mal pensado.
Entre tanto, la de Rubín estaba sola con la enferma, porque Severiana se fue a la cocina. Le arregló las almohadas, y después ambas se estuvieron mirando. Fortunata pensaba en la simpatía inexplicable que aquella mujer le había inspirado siempre, a pesar de ser tan loca y tan mala. ¿Sería tal simpatía un parentesco de perversidad?
Póngase usted de acuerdo con Severiana. La comandanta y yo nos hemos quedado anoche. Se necesitan dos personas, porque cuando le dan convulsiones, cuesta Dios y ayuda sujetarla. Verdaderamente manifestó doña Lupe con adulación ; los ejemplos que usted da, señora, hacen que todas las demás seamos mejores de lo que seríamos si usted no existiera.
No tuvo ánimo para entrar también; tembló de pensar lo que diría Severiana si se enteraba; pues ¿y doña Guillermina?... Refugiose en el cuarto de la comandanta, donde había dejado velo y manguito. La cobardía que sintió impulsábala a correr hacia la calle.
Mientras la Delfina y Severiana hablaban, Fortunata, que continuaba sentada, examinó con curiosidad a la esposa de aquel, fijándose detenidamente en el traje, en el abrigo, en el sombrero... No le parecía propio venir de sombrero; pero por lo demás, no había nada que criticar. El abrigo era perfecto. La de Rubín hizo propósito de encargarse el suyo exactamente igual.
Al volver de San Ginés, me encontré con Manolo Moreno, que llegó ayer de Londres. Le he convidado a almorzar». Jacinta fue a su tocador. Aún dormía su marido, y ella se empezó a arreglar. A poco entró una visita, que Jacinta recibió en su gabinete. Era Severiana, que dos veces por semana llevaba a Adoración a que la viese su protectora.
Severiana y la comandanta las escoltaron hasta el portal. «Tenemos mucho que hablar le dijo Guillermina en la calle ; pero mucho. Lo de hoy no ha sido más que desflorar el asunto. Me ha sabido a nada. Y usted, ¿tendrá un poco más de paciencia para aguantarme?
Palabra del Dia
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