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Actualizado: 30 de abril de 2025


No se separaron ya, y yo, distraído por mis ocupaciones, por mis apuros y por mis placeres, no podía imaginar lo que tenía de apasionado la ternura que se dedicaban las dos mujeres. Sorege fué el que me llamó la atención sobre ese asunto. Con su prudencia habitual y por medio de insinuaciones, despertó mis sospechas y me incitó á comprobarlas. Sorege parecía indignado contra ellas, echaba pestes contra tales vicios, que á me tenían sin cuidado, y al oirle se hubiera creído que era el amante de una de ellas. Le vi exasperado hasta tal punto, que le pregunté si estaba en relaciones con Juana Baud.

Por eso los perseguía tenaz, irritado. Se separaron. Si las peguetas iban por un lado al escapar del prado que cubrían tiñéndolo de negro, se encontraban con la descarga de Crespo; si tomaban por el otro lado, disparaba don Víctor. El cual se quedó solo, sobre una loma dominando el valle.

Los dos amigos se separaron después de algunos meses de vida común y de pesares y alegrías; fraternalmente confiados. Gozoso Salvador de una amistad que en parte atenuaba la aridez de su vida, abandonose al afecto que Seudoquis le inspiraba y le confió algunos secretos de los que más quería.

Alejábanse y volvían a juntarse, con nuevos besos, como si Fuese él a emprender un interminable viaje. Por fin, se separaron en el rellano de la escalera. Cierra, bien dijo Maltrana, como si temiese los mayores peligros durante su ausencia. Y sólo se decidió a bajar cuando vio cerrada la puerta y sonaron tras ella los ruidos de la llave y el cerrojo.

Temía que dijese algo terrible al repetir las murmuraciones de la otra dama, con su alegría rencorosa de misógino. El, por sus relaciones con Valeria, se consideraba unido á la duquesa y no podía tolerar nada contra ella. Se separaron después de algunos minutos de palabrería indiferente. Pero el pianista se arrepintió al instante, viendo la mirada iracunda que le dirigía Lubimoff.

Al fin se separaron, se miraron, y don Juan vió en los ojos de su mujer lo que jamás había visto, lo que ni aun había sospechado, lo que no sabía que existiese: un amor sobrenatural, una vida que vivía en su vida; una alegría que era su alegría; un alma que absorbía la suya, la envolvía, la acariciaba y la defendía; una fuerza infinita de absorción que no le dejaba vida, ni deseo, ni voluntad como no fuesen para doña Clara.

Después se separaron, pues los pobres no tienen tiempo que perder. La vieja los vió llegar puntualmente. Llevaba la viuda un vestidito negro adquirido en un bazar; el niño iba con su mejor ropa y peinado como un paje. Al ver que la obrera intentaba ir hacia la taquilla, la vieja se opuso. ¿Qué es eso?... Aquí pago yo. Me aprecian mucho; soy como de la casa.

Ella repitió lo mismo: que no tenía ningún miedo, pero que era ya casi noche y de seguro la esperaban para cenar. Y después de prometer Andrés volver al día siguiente, se separaron, dándose un largo y afectuoso apretón de manos. Era la hora del crepúsculo, tan suave y melancólica en el campo.

Absorto en su alegría, nada acertaba a contestar Morsamor, cuando se vio cercado de multitud de gente, así del pueblo como de los mismos aventureros que militaban bajo sus órdenes. Entusiasmados todos por sus hazañas, le aclamaban por héroe, casi le adoraban como a un semidiós y le levantaban en hombros para llevarle en triunfo. En aquel bullicio y alborozo Urbási y Morsamor se separaron.

Eso es todo... Te estoy sumamente agradecido... ¿Quieres darme tu dirección en Inglaterra? Pierrepont se levantó, y escribiendo dos líneas en una de sus tarjetas, la entregó a Fabrice. ¡Ahí tienes! Batsford-Park, Moreton in Marsh, Woorcester... ¡Adiós! ¡Hasta la vista! ¿Te vas esta tarde? Esta tarde... ... ¡Ea, hasta la vista! Diéronse la mano y se separaron.

Palabra del Dia

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