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Actualizado: 25 de mayo de 2025
La gran sábana de agua que se extendía hasta El Moral tomaba un color terroso por los bordes, obscuro y profundo por el centro. María cogió de nuevo el libro, acercó una silla a la ventana y, sentándose en ella, se puso a leer, porque la luz ya se lo permitía.
El segundo día, buscó un refugio contra la incredulidad que lo amodorraba, sentándose en su telar y poniéndose a trabajar sin reposo, como de costumbre. Pocas horas después, el pastor, acompañado por uno de los diáconos, iba a llevarle un mensaje de Sara, informándole que ella consideraba roto su compromiso con él. Silas recibió el mensaje en silencio.
¿Ha tosido usted? preguntó el excusador, sentándose. No... la he pasado toda llorando. El clérigo la miró estupefacto. ¿Cómo es eso, hija mía? Obdulia se llevó el pañuelo a los ojos y no contestó. Al cabo de un largo silencio dejó caer el pañuelo, se apoderó de una mano de su confesor y la besó con efusión repetidas veces y la llenó de lágrimas, exclamando: ¡Soy muy desgraciada!
Antes de salir dirigió una penetrante mirada a su hermana, que ésta se apresuró a evitar sentándose de nuevo. Abajo les esperaba ya, en efecto, Ramón, con el familiar enganchado. Llevaban el carruaje mayor que tenían. Don Rosendo y Pablito, que se habían quedado a comer en Sarrió, volverían probablemente con ellos a la madrugada.
¡Qué bruto eres, Agapo! dijo Quilito sentándose de nuevo en el caño, para acabar de desorientar al tío; ¿qué te has figurado entonces? ¿qué iba a darme un baño a estas horas? tienes razón: un regaño del viejo me ha puesto así... chocheces y niñadas, por una y otra parte. Y punto final.
En la estancia donde nos paramos no encontré más adornos que enormes tinajas enclavadas en la tierra, y sentándose y haciéndome sentar el soldado sobre las tapas de hierro que las cubría, me relató el encanto y el prodigio más estupendo que puede forjar la imaginación más maravillosa.
Bueno, ahora dejadme calentar un poco, que estoy aterida dijo sentándose al lado de la chimenea, tan cerca que, por milagro, no ardía. Se tostó por delante y por detrás, en tal forma, que, cuando Rafael fué a coger la silla, quemaba. ¡Qué atrocidad! Mirad, chicos, cómo ha dejado Amparo la silla. Todos pusieron las manos sobre ella y se admiraron. ¡Cómo tendrá esa mujer el cuerpo!
Pensando en esto, que tanto le ayudaba a combatir su desaliento, vio entrar a D. José, el cual venía muy erguido, con los ojos animadísimos, la sonrisa en los labios, y en su rostro una expresión particular y desusada que alarmó a Isidora. Sentándose en el único sillón que en la celda había, el anciano la contempló con éxtasis. ¿Qué había en él? ¿Estupidez o desvarío?
Las bondades de vuestra majestad no tienen límite para conmigo dijo el padre Aliaga, tomando un sillón y sentándose á una respetuosa distancia. ¡Mis bondades! No ciertamente, padre Aliaga dijo con acento dulce reina , os debo mucho; después de Dios, sois la protección que tengo sobre la tierra. La protección mía, señora, es muy débil.
Ahora, chiquillo, estáte tranquilo continuó D.ª Gregoria, sentándose a mi lado . ¡Cuánto se va a alegrar el Sr. Juan de Dios cuando te vea! ¡Cómo! exclamé con la mayor sorpresa . ¿Juan de Dios vive aquí? ¿Pues en dónde estoy? ¿Y ustedes quiénes son? ¿Qué ha sido de Inés? ¡Otra vez Inés! Este joven no está todavía bueno. Dejémonos de Ineses, y a descansar.
Palabra del Dia
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