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Actualizado: 9 de noviembre de 2025
Experimentó una turbación deliciosa al poner la planta en aquel recinto. El olor acre y penetrante de la selva, cargado de emanaciones balsámicas, producto del sudor de los árboles y la tierra, le embriagó dulcemente. La infinita diversidad de luces y sombras que bailaban sin cesar, el contraste de los varios matices del verde, desde el negro profundo hasta el dorado, le ofuscaron.
El pozo del fox-terrier se secó, y las asperezas de la vida, que hasta entonces evitaran a Yaguaí, comenzaron para él esa misma tarde. Desde tiempo atrás, el perrito blanco había sido muy solicitado por un amigo de Cooper, hombre de selva cuyos muchos ratos perdidos se pasaban en el monte tras los tatetos.
No obstante se apaciguaron los amotinados, emprendieron otra cosa, sino solamente que los que estaban abriendo la selva, con amenazas se les mandó cesar en el trabajo. Se recogieron pues en todas partes nuevas tropas, que se aprontaron despues contra el enemigo.
Es una cosa sin nombre Como esas blancas visiones, Que en largas meditaciones Pasan con vuelo fugaz; Ó como el blando murmullo Que se oye en la selva umbría, Cuando de la noche fria Sopla la brisa fugaz.
Pero al intentarlo, el rayo de sol desapareció; ó, á juzgar por la brillantez con que irradiaba el rostro de Perla, su madre podía haberse imaginado que la niña lo había absorbido, y lo devolvería luego iluminando la senda por donde iban, cuando de nuevo penetrasen en los parajes sombríos de la selva.
Usted piensa díjele riendo, que el bosque de Bolonia es insuficiente como selva virgen. Eso puede llevar muy lejos repuso Luciana. ¡Bah! El mundo es tan pequeño... Pronto se le da la vuelta. ¿Qué es lo que usted llama pronto? Dos o tres años... ¿Y encuentra usted que es poco? Eso prueba que no deja usted detrás ningún pesar.
Temblaba sin embargo, y se volvió hacia Ester con una expresión de duda y ansiedad en los ojos que fácilmente podía distinguirse, por estar acompañada de una débil sonrisa en sus labios. ¿No es esto mejor, murmuró, que lo que imaginamos en la selva? ¡No sé! ¡No sé! respondió ella rápidamente. ¿Mejor? Sí: ¡ojalá pudiéramos morir aquí ambos, y Perlita con nosotros!
La señorita Helouin, más competente que yo en materias de poesía, ha debido decirle que los bosquecillos que cubren este país en veinte leguas á la redonda, son los restos de la antigua selva de Brocélyande donde cazaban los antepasados de su amiga la señorita de Porhoet, soberanos de Gaél, y donde el abuelo de Mervyn, que ve usted ahí, fué encantado, á pesar de ser él mismo encantador, por una señorita llamada Bibiana.
El techo, que como hemos dicho se apoyaba en la roca, era horizontal y hecho de enea, cuya primera capa, podrida por las lluvias, producía una selva de yerbas y florecillas, de manera que cuando en otoño, con las aguas, resucitaba allí la naturaleza de los rigores del verano, la choza parecía techada con un pensil.
Tuvo el presentimiento de que este beso iba á datar en su vida; de que empezaba para él una nueva existencia; de que nunca llegaría á despegarse de estos labios mordedores y acariciantes, que tenían un lejano sabor de canela, de incienso, de selva asiática poblada de voluptuosidades y asechanzas.
Palabra del Dia
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