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Actualizado: 5 de noviembre de 2025


Cuando estén más cerca... comenzó Cayé. Una bala de winchester pasó silbando por la picada. ¡Entrá! gritó Cayé a su compañero. Y parapetándose tras un árbol, descargó hacia allá los cinco tiros de su revólver. Una gritería aguda respondióles, mientras otra bala de winchester hacía saltar la corteza del árbol. ¡Entregáte o te voy a dejar la cabeza...! ¡Andá no más! instó Cayé a Podeley. Yo voy a...

Era la vega entera abrazando el cuerpo de aquel niño que tantas veces había visto saltar por sus senderos como un pájaro, extendiendo sobre su frío cuerpo una oleada de perfumes y colores. Los dos hermanos pequeños contemplaban á Pascualet asombrados, con devoción, como un ser superior que iba á levantar el vuelo de un momento á otro.

Al borde mismo del mar, un sendero pedregoso pasaba por encima de un acantilado cuyo pie estaba horadado y formado por rocas desprendidas. Las olas se metían por entre los resquicios de la pizarra, en el corazón del monte, y se las veía saltar blancas y espumosas como surtidores de nieve. Algunos chicos no se atrevían a asomarse allí, de miedo al vértigo; a me atraía aquel precipicio.

Los sueños de las noches de terror suelen parecer risibles apenas despunta la claridad del nuevo día; pero Julián, al saltar de la cama, no consiguió vencer la impresión del suyo.

De su garganta se escapaba un débil y continuo quejido como el de un animal en la agonía. A ratos empujaba convulsivamente la delantera del coche, como si con este esfuerzo le hiciese correr más. A ratos imaginaba saltar fuera y emprender una carrera vertiginosa para llegar antes. Imposible que el infierno haya inventado un suplicio más cruel. Las estrellas brillaban.

Pero, aunque la cosa era insignificante, podría parecer un tanto extraña y ni aún quizás lograría hacérselo aceptar... Pensando en ello, comenzó lentamente a quitarse la cadena que llevaba pendiente del chaleco y con nerviosidad la hacía saltar entre sus dedos.

Y el pico empezó a cavar, y el granito a saltar en pedazos, y en menos de un cuarto de hora quedó abierto un pozo de cien pies. ¿Le parece a mi rey que este pozo es bastante hondo? Es hondo; pero no tiene agua. Agua tendrá dijo Meñique. Metió el brazo en el gran saco de cuero, le quitó el musgo a la cáscara de nuez, y puso la cáscara en una fuente que habían llenado de flores.

En el gabinete persa, que era una rotonda aislada en cierto modo de la casa, había luz. Dió dos golpecitos a la puerta diciendo por el agujero de la cerradura: Soy yo, Ventura. ¡Abre! Gonzalo está ahí. La puerta se abrió, en efecto. Apareció Ventura más pálida que una muerta. El duque de Tornos estaba en el otro extremo, y se dirigía a una ventana para saltar por ella.

Al volver a casa, iba repitiéndome incesantemente por el camino: «Hanckel, esto que es tener suerte! ¡A tu edad, un tesoro como ese!... ¡Grita, pues, salta como un loco! ¡Es lo menos que puedes hacer después de un acontecimiento semejante!...» Y, sin embargo, yo no sentía la más mínima gana de saltar o de gritar.

Estaba harto de saltar en el baile y de mostrarme amable y de soportar exigencias a propósito de los «hornpipes». Y todavía tenía que bailar con la señorita Gunn dijo Godfrey aprovechando el subterfugio que su tío le había sugerido.

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