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Actualizado: 16 de noviembre de 2025
Ciertamente, no dudaba del valor de Huberto, y no exageraba tampoco la importancia del acto de Juan. No era por falta de valor que aquél, concurrente asiduo de las salas de armas, recurría a un criado para apagar papeles inflamados; era simplemente por no efectuar una operación que le parecía indigna de él.
Pero de repente olvidó su mal, el anónimo, todo, porque Eufemia entró gritando, corriendo; tropezó con las rodillas de Bonis, y exclamó: ¡Señorito, señorito!... La señorita está con los dolores. Bonis saltó como un tigre, corrió por salas y pasillos, con una bota y una zapatilla, tal como le habían sorprendido las cartas malhadadas, y llegó al gabinete de su esposa en pocos brincos.
Estas rústicas semicenas, dignas de ser celebradas por don Francisco Gregorio de Salas en su famoso Observatorio, deleitaban más a don Paco que hubieran podido deleitarle las antiguas cenas de Trimalción o de Apicio y las modernas de la Maison Dorée o del Café Inglés en París, pareciéndole mejor aquellos groseros alimentos que la ambrosía que comen las deidades del Olimpo, ya que Juanita, comiéndolos, les comunicaba cierta celestial u olímpica naturaleza.
Sólo Maltrana, inquieto y curioso por las novedades de la navegación, había ido de un lado a otro, desde el puente del capitán a los profundos sollados, iniciando conversaciones, lo mismo en las salas de los pasajeros de primera clase que en los departamentos de proa y popa donde se hacinaban los emigrantes.
Luis XIV no tenia necesidad de otro monumento que Versalles, para que la fama le festejara con el epíteto de uno de los reyes más galantes que conoce la historia. En este momento sentimos que llaman á la puerta de nuestro cuarto; abro y me doy de cara con un ingeniero español, á quien vi ayer en una de las salas de Horacio Vernet.
Después de cruzar salas y pasadizos llegó al salón claro, como se llamaba en Palacio el que destinaba el Obispo a sus visitas particulares. Era un rectángulo de treinta pies de largo por veinte de ancho, de techo muy alto cargado de artesones platerescos de nogal obscuro.
Ella y el príncipe parecían marchar por un parque encantado. Al dirigirse hacia la verja encontraron á don Marcos que salía apresuradamente del pabellón del jardinero. La duquesa dió su mano á Miguel, que la besó ceremoniosamente. Espero que nos veremos en el Casino. Hizo él un signo de negación. Se aburría en las salas de juego: no quería entrar en ellas.
Esta luz amarillenta, igual al oxidado fulgor del oro viejo, parecía aumentar la suntuosidad de las salas. Era la arquitectura majestuosa y rica que convence al pueblo y á los ricos improvisados. Las columnas y pilastras, de ónix y de bronce, sostenían un techo magnífico, cortado circularmente por la cristalería de la claraboya.
Al terminar el almuerzo hablaron en el hall, mientras tomaban el café, de los que jugaban más fuerte en las salas privadas. El nombre de algunos era pronunciado con respeto, como si fuesen maestros dignos de admiración. Ese sabe jugar decían como único comentario.
-Mi asno -respondió Sancho-, que por no nombrarle con este nombre, le suelo llamar el rucio; y a esta señora dueña le rogué, cuando entré en este castillo, tuviese cuenta con él, y azoróse de manera como si la hubiera dicho que era fea o vieja, debiendo ser más propio y natural de las dueñas pensar jumentos que autorizar las salas. ¡Oh, válame Dios, y cuán mal estaba con estas señoras un hidalgo de mi lugar!
Palabra del Dia
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