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Actualizado: 28 de junio de 2025
Había un buque holandés pequeño al ancla; y el Normando, que con el cebo de otros tres diamantes era el mas servicial de los mortales, embarcó á Candido y á su familia en el tal navío que iba á dar á la vela para Portsmúa en Inglaterra. No era camino para Venecia; pero Candido creyó que salía del infierno, y estaba resuelto a dirigirse á Venecia luego que se le presentase ocasion.
Hace una hora que le busco, porque mi corredor me dice que las acciones siguen bajando y ya es tiempo de largarlas. Decía mi corredor, como diría mi zapatero. Quilito contestó: En la Bolsa le encontrarás. Y cuando el otro salía, acompañado del chasquido de sus suelas, le asestó esta cuchufleta: ¿Y qué tal la diputación? ¿te nombran; quiero decir, te eligen, por fin?
Estaba en pie sobre uno de los asientos adheridos al pretil del paredón, con unos enormes anteojos de mar dirigidos hacia la lucecita verde que brillaba con intermitencias allá a lo lejos. Era con mucho la figura más elevada que salía del grupo de espectadores. ¡Don Melchor, usted aquí ya!... Acabo de enviarle un recado a su casa.
Lo que embargaba su alma y hacía palpitar su corazón era aquella proximidad del matrimonio, reconocida expresamente. Así, que su voz salía temblorosa y algunas veces se le anudaba en la garganta sin querer salir. Sus ojos soltaban efluvios de dicha; tenían el brillo suave y misterioso de los luceros en las noches serenas de invierno.
Hízole, pues, la pregunta que ingenuamente se le salía siempre de los labios cuando se encontraba delante de una casada: «¿Tiene usted niños?». No señora replicó la de Rubín con alguna sequedad. Yo tampoco.
Tañían una guitarra, Y ésta nunca salía fuera, Sino adentro, y en los blancos, Muy mal templada y sin cuerdas, Bailaba á la postre el bobo, Y sacaba tanta lengua Todo el vulgacho, embobado De ver cosa como aquella.»
Charlando, charlando, apenas sentían el correr de las horas, y cuando del hondo patio salía la sombra lenta, mezclada de un fresquecillo húmedo; cuando la luz solar se dilataba en las alturas y empezaban a clavetear el cielo las pálidas estrellas, D. Francisco, dejando los laboriosos pelos, aparecía frotándose los ojos, y tomaba parte en la conversación.
Y la mano del bufón estrechaba ardiente y calenturienta la mano de Dorotea, y sus ojos cruzados, encendidos, extraviados, se fijaban en ella con una ansia dolorosa, y en su boca entreabierta, por la que salía una respiración ronca, asomaba ligera espuma blanca. La joven se aterró al ver el aspecto del bufón, y quiso desasirse.
Gran amigo de pendencias, salía siempre de ellas «haciendo sangre a sus contrarios, sin que jamás se la hiciesen a él». Siendo paje de la corte, cuando los reyes estaban en Sevilla, apoyaba un pie en la base de la torre de la iglesia Mayor la famosa Giralda , y arrojando una naranja a lo alto, la hacía llegar hasta las campanas.
Cuando salía de la escena, venía presurosa a sentarse al lado de su novio, que se dignaba acogerla a veces con una sonrisa soberana, otras con indiferencia olímpica. Yo estaba escandalizado. Una vez me acerqué por detrás y escuché lo que hablaban. Clotilde llevaba la palabra sosteniendo con calor que el Subir bajando o el Bajar subiendo de Inocencio era mejor que Un drama nuevo.
Palabra del Dia
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