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Actualizado: 28 de junio de 2025
Sus carcajadas se oían desde la calle cuando repetía la adivinanza, sin que el otro la pudiera acertar. Maximiliano se rascaba la cabeza, aguzando su entendimiento; pero la solución no salía. Papitos le llamaba zote, bruto y otras cosas peores sin que él se ofendiera.
Por cierto que el primero y segundo día de aquella vida nueva, tuvo que reñir Doña Paca al buen Frasquito, porque siempre que salía se le olvidaba llevarle el libro de cuentas que le había encargado.
Pero aun en aquellos días de vejez y decadencia, cuando salía a tomar el sol, embozado en su raída capita, iba a los lugares más concurridos de muchachas guapas.
Ello fue que un día de fiesta, no pudiendo don Luis ir a buscarla, envió con el carruaje a una parienta, quien a la hora del almuerzo volvió sola, refiriendo que la buena madre había dicho que mademoiselle Paz no salía.
Al fin, hízose la comedia el primer día y no la entendió nadie; al segundo, empezámosla y quiso Dios que empezaba por una guerra, y salía yo armado y con rodela, que, si no, a manos de mal membrillo, tronchos y badeas, acabo.
Después de dar la última mano de gato a sus cabellos, Manolito salía siempre en la amable compañía de sus botas charoladas a pasear por delante de la casa de Elorza, y calle arriba, calle abajo, allí se estaba todo el tiempo que le permitían sus ocupaciones y alguna parte también del que le prohibían.
En medio la fuente secular, ancho pilón de ocho lados con surtidor de granito, en forma de alcachofa, del cual salía poderosamente grueso chorro de agua cristalina, que cuando el viento huracanado de invierno le hacía pedazos inundaba las baldosas del contorno.
En ayunas vengo, y en ayunas desde anoche, tía Zarandaja, dijo el rapista, salvo dos onzas de queso y un panecillo que compré esta mañana en una tienda, cuando salía de allí, adonde picardías de un mal familiar, que ya está bien castigado, me llevaron; y venga, venga, tía Zarandaja, la uña de vaca con habas y morcilla, que voy a comerla con el mismo gusto que si no hubiera comido en mil años.
Estaba abierta de par en par, salía el olor del incienso quemado en la misa que oficiaban para conjurar el desastre. Pasó por delante la embarcación larga y chata; sus tripulantes vieron por un segundo el fondo de la iglesia, y brillar y desaparecer el altar cuajado de cirios. La llanura de agua copiaba invertida la fachada del templo. Sobre la gran quietud vibró la campana en lo alto.
A las once y media, terminados los oficios divinos, cuando ya no salía de la Basílica mas que alguna devota retrasada, comenzó á funcionar el tribunal.
Palabra del Dia
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