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Actualizado: 4 de julio de 2025
Yo les pego a todos contestaba Martín, como si esto fuera una razón. ...En la primavera, el camino próximo al río era una delicia. Las hojas nuevas de las hayas comenzaban a verdear, el helecho lanzaba al aire sus enroscados tallos, los manzanos y los perales de las huertas ostentaban sus copas nevadas por la flor y se oían los cantos de las malvices y de los ruiseñores en las enramadas.
¡Ay! Migajas se quedó deslumhrado, atónito, suspenso, sin habla. Púsose de rodillas y adoró á la señora como á una divinidad. Entonces ella tomó la mano al granuja, y con voz entera, más dulce que el canto de los ruiseñores, le dijo: Pacorrito, sígueme, ven conmigo. Quiero demostrarte mi agradecimiento y el sublime amor que has sabido inspirarme.
Dentro de aquellos vergeles nada se oía más que el sonar de las cascadas o los silbos de los mirlos y ruiseñores que buscaban el nido entre los sauces y madreselvas; por las almenas nada cruzaba, y sólo se veía brillar dudosamente alguna luz en este o aquel ajimez en los encumbrados camarines del palacio: ¡oh Abenzeid, qué impaciencia! ¡qué inquietud!
Y en su canto decía el ruiseñor: «No necesito la chinela de oro, ni el botón colorado, ni el birrete negro, porque ya tengo el premio más grande, que es hacer llorar a un emperador.» Aquella noche, en cuanto llegaron a sus casas, todas las damas tomaron sorbos de agua, y se pusieron a hacer gárgaras y gorgoritos, y ya se creían muy finos ruiseñores.
El agua saltaba en las fuentes y corría por los pilones murmurando; oíanse alegres voces de niños en lo interior del edificio; gorjeos de ruiseñores y jilgueros en los árboles, y más allá, pasada la verja, ni niños, ni agua, ni flores, ni pájaros... Una llanura estéril, un pueblo de barracas; y allá en el horizonte, lejos, lejos, Madrid, la corte de España, asomando sus cúpulas y sus torres entre esa neblina que pone más de relieve la limpidez de la atmósfera, esa especie de vaho que se levanta de las grandes capitales, semejante a las emanaciones de una hedionda charca.
Después la dama dio un estrecho abrazo al bravo Migajas, y le dijo: «Ahora ya eres mi esposo. Yo tengo poder para casar, así como lo tengo para recibir neófitos en nuestra gran Ley. Amado Principillo mío, bendito seas por los siglos de los siglos.» Toda la corte de figurillas entró de repente, cantando con música de canarios y ruiseñores: «Por los siglos de los siglos.»
Dejemos, pues, sentado que nos gustan todos los pájaros, ruiseñores, canarios, malvises y jilgueros que cantan en el árbol de que nos habla Zola. ¡Ojalá nos fuera permitido pasar la vida reclinados dulcemente bajo su frondosa copa escuchándolos! Pero todo el mundo se empeña en aconsejarle a uno que trabaje.
Isidora había oído hablar de los ruiseñores como cifra y resumen de toda la poesía de la Naturaleza; pero no los había oído. Estos artistas no iban nunca por la Mancha. Puso atención, creyendo oír odas y canciones, y su semblante expresaba un éxtasis melancólico, aunque a decir verdad lo que se oía era una conversación de miles de picos, un galimatías parlamentario forestal, donde el músico más sutil no podría encontrar las endechas amorosas de que tanto se ha abusado en literatura. Miquis se echó a reír, y como si tuviera gusto en despoetizar la hermosa situación en que ambos se encontraban, dijo de improviso: «Isidora, ayer he estado trabajando en el anfiteatro con el Dr. Martín Alonso desde las dos hasta las cinco.
Y se llena la trompa muchas veces, y la vacía sobre la herida, la echa con fuerza que lo aturde, sobre el cazador. Ya va a entrar más a lo hondo el elefante. El cazador le dispara las cinco balas de su revólver en el vientre, y corre, por si se puede salvar, a un árbol cercano, mientras el elefante, con la trompa colgando, sale a la orilla, y se derrumba. Los dos ruiseñores
CAPÍTULO XVII. No son todos ruiseñores. Los ramilletes de Madrid. La noche de San Juan. El mayor imposible. El acero de Madrid. La hermosa fea. Otras comedias. Comedias religiosas. El Cardenal de Belén. San Nicolás de Tolentino. El animal profeta. Otras comedias de la misma clase. 151 CAPÍTULO XVIII. Autos, entremeses y loas de Lope de Vega. 177 CAPÍTULO XIX. Poetas dramáticos valencianos.
Palabra del Dia
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