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Actualizado: 4 de julio de 2025


¡La nave, adios! Muere el dia y plácida noche en calma su primer beso te envía: al mundo paz, a mi alma profunda melancolía.... Amaremos a la aurora que arrulla tierna a los días en la cuna, y a la tibia luz que llora, llena de melancolías, blanca luna. A las gotas de rocío, que engalanan con diamantes a las flores, y al que alegra el bosque umbrío, gorgear de los amantes ruiseñores.

Era aquélla una de esas noches armoniosas que parecen hechas ex profeso para los ruiseñores, los poetas y los amantes, y que en una naturaleza tan nerviosa como la de Magdalena no podía menos de causar una impresión muy profunda.

Desperezóse la inmensa vega bajo el resplandor azulado del amanecer, ancha faja de luz que asomaba por la parte del Mediterráneo. Los últimos ruiseñores, cansados de animar con sus trinos aquella noche de otoño, que por lo tibio de su ambiente parecía de primavera, lanzaban el gorjeo final como si les hiriese la luz del alba con sus reflejos de acero.

Aquel paraíso de perfumes, de sombras, de verdura y armonías está habitado por centenares de ruiseñores que silban dulcemente al acercarse la noche. Se quisiera vivir allí largos años, en un incesante recogimiento de amor, de contemplacion y poesía....

La noche era oscura, pero en el cielo relucían millares de estrellas y cantaban los ruiseñores en las alamedas próximas... Era la misma música que en otros tiempos acompañó sus dúos de amor con la señora Miguelina.

La luna plateaba las copas de los árboles y se reflejaba en la corriente de los arroyos, que parecían de un líquido luminoso y transparente, donde se formaban iris y cambiantes como en el ópalo. Entre la espesura de la arboleda cantaban los ruiseñores. Las yerbas y flores vertían más generoso perfume.

En las profundidades de la espesura, sobre el límite del jardín, en los cerezos blancos, en las alheñas en flor, en los tilos cargados de aromosos ramos, toda la noche durante aquellas largas noches en que yo dormía poco, cuando brillaba la luna o a veces caía la lluvia, lenta, caliente, silenciosa, como lágrimas de gozo, para mi delicia y mi tormento gorjeaban o no los ruiseñores.

A su manera, venía a pensar esto: «El teatro verdadero, el teatro por dentro, era el del ensayo; a Reyes no le gustaba la ficción en nada, ni en el arte; decía él que los tenores y tiples no debían cantar delante de las candilejas, entre árboles de lienzo y vestidos de percal ante un público distraído y en una sala estrecha donde el aire era veneno; los tenores y tiples debían andar, como los ruiseñores o las sirenas, esparcidos por los bosques repuestos y escondidos, o por las islas misteriosas, y soltar al aire sus trinos y gorjeos en la clara noche de luna, al compás de las melancólicas olas que batían en la playa, y de las ramas de la selva que mecía la brisa...». Bueno; pero ya que esto no podía ser, Bonifacio prefería oír a los cantantes en el ensayo.

Me causan risa y lástima. No me acuerdo de lo que he hecho o dicho durante ese mes. , indudablemente ha pasado un mes, sin que yo le sienta pasar. Ayer el rosal que tengo en mi ventana, estaba cubierto de rosas; hoy las rosas están muertas, deshojadas... sólo las queda el pétalo negro y seco. Ayer me trajeron un nido de ruiseñores.

El mar estaba agitado, «venía mucha agua», según la expresión de los viejos marineros de la playa, y los conductores de las lanchas ocupadas por los ruiseñores exóticos iban a poner a prueba su habilidad. Al menor descuido la ola estrellaba la embarcación contra las rocas o el muelle y el mundo perdía algunos millares de sis bemoles.

Palabra del Dia

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