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Actualizado: 10 de octubre de 2025
Buenas tardes, señores... ¿Vienen de dar un paseíto, verdad? Está bien... la tarde convida. No, señor; no venimos de paseo dijo Andrés. Encontré a Rosa en la fuente, y la venía acompañando hasta su casa. Está bien, señor, está bien. Las jóvenes andan mal solas a estas horas por los caminos... Vengo de tu casa, Rosita: estuve un momentico charlando con Ángela y con Rafael...
Pero ¿de que servían los rudimentos de esta ciencia madre a las preciosas Josefa y Rosita, si no les cabía en la cabeza que ellas careciesen de cosas que la hija del duque de Tal poseía en abundancia?
¡Ángel de mi vida! dijo al fin Rosita , ¡yo quisiera morir así en tus brazos, con los ojos fijos en los tuyos, con mis manos entre las tuyas! Pues yo no, amor mío; lo que quisiera yo es vivir siempre así. ¡Oh, sí! vivir siempre así, porque vivir es estar a tu lado; vivir es amarte... Así, mi plegaria de cada noche a la Virgen, es que proteja nuestros amores, querido mío.
Le he dicho la verdad, toda la verdad; y, es claro, ahora que la cosa no tiene remedio, se desespera.... Es decir, remedio... yo creo que sí... pero estas ideas exageradas que... en fin, a usted se le puede hablar con franqueza, porque es una persona ilustrada. ¿Qué hay, don Robustiano? ¿Viene usted de las Salesas? Sí, señor; de aquella pocilga vengo. ¿Cómo está Rosita?
Rosita, ve por lo otro. Rosita, sube sobre este banco y alcánzame aquellos zapatos. Rosita, átame esta cinta. Rosita, pégame el botón de la camisa.» Y cuando iba y cuando venía y cuando subía y cuando bajaba, las manos amarillentas y velludas de D. Jaime la pellizcaban, la sobaban, la mimaban y la estrujaban.
Don Braulio no quería, además, contener a su mujer con sermones, ni con severidad, ni con mandatos. Quería sólo de ella amor por amor. Su plan estaba trazado. No podía ni debía oponerse a que Beatriz tratase a Rosita ni a que estrechase lazos de amistad con ella.
Lo que está usted oyendo. Ya nadie nos conoce sino por el mal nombre que nos han puesto esos condenados monacillos. ¡Estoy atónito, Rosita! No puedo creer... Don Modesto se quedó con la boca abierta y los ojos fijos en el suelo. Sí, señor continuó Rosa Mística ; la vecina es quien me lo ha dicho, escandalizada, y aconsejándome que vaya a quejarme al señor cura.
Añadió la buena anciana, que para conseguir el fin deseado, así como para domeñar el genio soberbio de María y sus hábitos bravíos, lo mejor sería suplicar a señá Rosita, la maestra de amiga, que la tomase a su cargo, puesto que era dicha maestra mujer de razón y temerosa de Dios y muy diestra en labores de mano.
Cuando las halló, o sea porque estuviese bien predispuesta, o sea porque ellas lo merecían todo, le parecieron mejor aún, cada una por su estilo, que lo que había dicho el Conde. Y como Rosita no era envidiosa, cuando no había celos ni emulación de por medio, deseó todo bien a sus amigas, y fué sincera en cuanto con Beatriz había hablado.
El amigo Robillotti, viudo, vivía en una casa de inquilinato, ubicada en la calle de Reconquista, en compañía de Rosita, su hija.
Palabra del Dia
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