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Ya yo que usted es incapaz... y que Rosita, aunque un poco viva de genio, está bien educada por su padre... Me alegro de que usted no piense tales disparates... y si los piensa, peor para usted que se equivoca. El indiano pidió perdón de nuevo.

Si yo hubiese tenido a los veinte años un amigo como y una amante como Rosita, no estaría en este lugar, tendría aún ilusiones, una familia, dulces afectos, y me extinguiría dulcemente un día rodeado de mis nietecitos... ¡Singular destino!... Y después de una pausa, se quitó un pañuelo de seda roja que llevaba al cuello y se lo dio a Blasillo. Toma, lo llevarás en recuerdo mío. ¡Adiós!

Rosita Briones y su madre doña Pepita le mimaban y le halagaban. De conocerlo, Martín hubiera podido recitar, refiriéndose a él mismo, el romance antiguo de Lanzarote: Nunca fuera caballero De damas tan bien servido Como fuera Lanzarote Cuando de su aldea vino. Rosita, durante la convalecencia, tuvo largas conversaciones con Martín. Era de Logroño, donde vivía con su madre.

Entonces un señor ya viejo con restos de buen mozo, simpático, de mirada inteligente y fácil palabra que basta entonces permaneció callado, tomó parte en la conversación diciendo: Conque no se engañan, tienen un hijo y se separan... pues no lo entiendo: pero ¿de quién se trata? De la de Herióls, Rosita Castilla, la casada con Herióls.

En uno del Espolón le dijeron: «Aquí ha venido una señorita, pero está descansando en su cuarto.» ¿No podría usted avisarla? No. Bautista tampoco parecía. Sin saber qué hacer, volvió Martín a los soportales y se puso a pasear por ellos. Si no fuera por Catalina pensó era capaz de quedarme aquí y ver si Rosita Briones está de veras por , como parece.

Quisiera saber cómo se llama usted. Rosa Briones. Muchas gracias, señorita Rosa murmuró. ¡Oh! no me llame usted señorita. Llámeme usted Rosa o Rosita, como me dicen en casa. Es que yo no soy caballero repuso Martín. ¡Pues si usted no es caballero, quién lo será! dijo ella. Martín se sintió halagado y, como Rosa le indicó que callara, llevándose el dedo a los labios, cerró los ojos...

Había llegado el mes de María, y en el culto que se le tributaba, algunas devotas se reunían a cantar coplas en honor de la Virgen, acompañadas por un mal clavicordio que tocaba el viejo y ciego organista. Rosita presidía esta sociedad filarmónica y religiosa. Algunas voces puras y agradables se unían en este concierto a la suya, que no dejaba de ser áspera y chillona.