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Actualizado: 26 de junio de 2025


No puedo, doncel; la edad ha nublado mis ojos y aunque que hay una piedra en el vado, no acierto á verla. Pues por eso no ha de quedar, dijo Roger; y tomando en brazos á la enjuta viejecilla la trasladó prontamente á la otra margen. Muy débil y anciana parecéis para viajar sola, continuó cuando la vió vacilar y caer de rodillas. ¿Venís de muy lejos?

Más allá la anchurosa ría del Lande, el vetusto pozo de piedra, la capilla de la Virgen y en la esplanada frente al convento el grupo de blancos hábitos, aquellos amigos de su adolescencia, que al verle detenido renovaron sus saludos. Dos lágrimas surcaron las mejillas de Roger, que suspiró profundamente y volvió á emprender su jornada.

Pues yo me río de ellos y de sus azotes, salmos y melindres, dijo Tristán. ¿Á quién aprovecha la sangre que derraman? Déjate de simplezas, Roger, que después de todo esos frailes pueden ser muy bien como algunos que y yo conocemos, ¿eh? Más les valiera dejar tranquilas sus espaldas y no meterse á redentores sino ser algo más humildes, que á la legua se les trasluce el orgullo.

Roger había sido armado caballero por el Príncipe Negro en persona, con aplauso de todo el ejército que le consideraba como uno de los más brillantes soldados del reino.

Sintió Roger el exceso y desorden de los soldados, que como Capitan prudente y práctico, conoció el mal, aunque como dependia su autoridad del arbitrio de los soldados, no se atrevió á poner el remedio que convenia, porque no se disminuyese ó perdiese.

Aunque endeble y humilde al parecer, no bien hubo pasado Roger sin depositar en el grasiento sombrero la moneda que le pedía, oyó el grito de rabia del miserable y una blasfemia atroz, seguida de una pedrada que si hubiera acertado á nuestro héroe en la cabeza habría puesto probablemente fin á sus aventuras.

Roger, cansado de cuerpo y espíritu, cayó pronto en profundo mas no sosegado sueño y se imaginó presenciar ruidoso aquelarre en el que figuraban, á vueltas con sendas brujas y trasgos, juglares, pordioseros, monjes, soldados y los muchos y muy curiosos tipos congregados aquella noche en la posada del Pájaro Verde.

Dispuesto el órden con que se habia de marchar, dió fin á la platica. Oyéronle con mucho gusto, y aquella misma noche partieron de sus alojamientos á tiempo que al amanecer pudiesen acometer á los Turcos. Guiaba Roger con Marulli la vanguardia con la caballería, y llevaba solos dos estandartes, en el uno las armas del Emperador Andronico, y en el otro las suyas.

Entre las llamas de un incendio, que me quemaron toda la cara. Grande es vuestra desdicha, pero también os libra de ver no pocas miserias, como la que acabamos de contemplar nosotros en este mismo camino, dijo el señor de Morel, recordando la ensangrentada pierna del ladrón descuartizado. Dale mi bolsa, Roger, y apresuremos el paso, que nos hemos quedado muy atrás.

En aquel instante trajeron al señor de Morel y á Roger sus caballos, así como los de Duguesclín y su esposa, abandonados por los villanos en su precipitada fuga. La despedida de los dos guerreros fué por manera afectuosa.

Palabra del Dia

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