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Actualizado: 27 de mayo de 2025


Los pasajeros, atraídos por el ritmo de la música, empezaron a golpear a compás con sus cuchillos los platos y los vasos.

Ester, cuyo corazón, por decirlo así, había perdido su ritmo regular y saludable, vagaba errante, sin luz que la guiase, en el sombrío laberinto de su espíritu; y á veces se apoderaba de ella la duda terrible de si no sería mejor enviar cuanto antes á Perla al cielo, y presentarse ella también á aceptar el destino á que la Eterna Justicia la creyese acreedora.

La gran lámpara del salón, reservada para las solemnidades, había sido encendida; y Andresito, desde la plaza, veía los trajes claros y los bouquets de las amigas pasar por el iluminado balcón, moviéndose con el ritmo del baile. El pobre muchacho estaba firme en su puesto.

Tampoco consideraba admisible que una dama se mezclase en negocios que sólo pertenecen á los hombres. Sentía la extrañeza y el escándalo del que presencia un desorden en el ritmo de las cosas naturales. El mundo estaba trastornado: los aprendices querían ser maestros; ya no se respetaban las categorías; era preciso terminar de una vez. «¡BancoSe estremeció el príncipe.

Emma tenía los ojos cerrados. Su esposo no se fiaba y le acercó un oído a la boca. Su respiración tenía el ritmo regular del sueño. Podía ser fingido. No se sabía si dormía o no. En cuanto a llamarla, hacía tiempo que había renunciado a semejante prueba.

Capítulo II Liquidación «Isidorita Rufete, ¿conoces el equilibrio de sentimientos, el ritmo suave de un vivir templado, deslizándose entre las realidades comunes de la vida, las ocupaciones y los intereses? ¿Conoces este ritmo que es como el pulso del hombre sano? No; tu espíritu está siempre en estado de fiebre.

Levantó sus ojitos hasta los míos, en una tiernísima mirada de despedida, precursora del sueño, y recostando su cabeza sobre mi pecho, se quedó dormido. Su pequeño corazón latía sobre el mío, fundidos ambos en ritmo de amor inefable. Es ilusión de todos los padres querer que sus hijos se parezcan a ellos.

La existencia recobraba su ritmo ordinario. «Hay que vivir», decían las gentes. Y la necesidad de continuar la vida llenaba el pensamiento con sus exigencias inmediatas. Los que tenían individuos armados en el ejército se acordaban de ellos, pero sus ocupaciones amortiguaban la violencia del recuerdo, acabando por aceptar la ausencia, como algo que de extraordinario pasaba á ser normal.

¡Oh, son muy dichosos los músicos del tercero! Fijos los ojos en las semicorcheas, ebrios de ritmo y de ruido, sólo piensan en contar sus compases.

»Dios mío, Dios mío, si estás en mi alma, si no la has abandonado, acude a mi voz y consuélame y perdóname. ¿Qué vale ella, qué vale toda su hermosura, toda la lozanía de su mocedad, toda la noble altivez de su mirada, todo el ritmo de su forma, toda la gracia de sus movimientos, si acierto a volver de nuevo mi mente y mi voluntad hacia ti, en quien no hay excelencia, beldad y gracia que no se cifren y resuman?

Palabra del Dia

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