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Actualizado: 20 de junio de 2025
«Te pondré interno en un colegio». Mariano hizo con los dedos una señal que quería decir: «Me escaparé». «No te escaparás. ¿Piensas que vas a lidiar con bobos? Hay un maestro muy rígido. De la bofetada que le pego dijo Mariano pudiendo ya articular algunas palabras , va volando al tejado. ¡Fanfarrón!...». En la sala, la cena parecía tocar a su fin.
Llevaba un holgado frac azul grotescamente cortado, un ancho pantalón de tela y un chaleco escarlata con botones de áncoras, y al que le faltaban por lo menos seis pulgadas para llegar a la cintura; finalmente, un inmenso cuello de camisa rígido y almidonado se levantaba amenazador por encima de las orejas de este personaje.
Había heredado una regular fortunilla, desempeñó algunos destinos buenos, y no tuvo atenciones ni cargas de familia, pues se petrificó en el celibato, primero por adoración de sí mismo, después por haber perdido el tiempo buscando con demasiado escrúpulo y criterio muy rígido un matrimonio de conveniencia, que no encontró, ni encontrar podía, con las gollerías y perendengues que deseaba.
El alto personaje se sentó en él, teniendo á un lado al obsequioso traductor. Todo el cortejo universitario permaneció detrás, rígido y en profundo silencio, esperando que sonase la voz autorizada del maestro de los maestros. Hasta los doctores revoltosos cesaron en sus risas juveniles y sus atrevidos comentarios al sentarse Momaren.
Algunos marchaban á su encuentro en línea recta, como si no le viesen, y tenía que apartarse para no ser volteado por este avance mecánico y rígido. Al fin se refugió en el pabellón del conserje. La mujer le veía con asombro, caído en un asiento de su cocina, desalentado, la mirada en el suelo, súbitamente envejecido al perder las energías que animaban su robusta ancianidad.
Se levantó rígido, tieso como un muerto, pareciendo que se alargaba su estatura hasta crecer la mitad... Allí..., allí..., allá lejos, a veinte brazas de aquella roca se agitaba el agua un poco, se formaba un remolino, aparecía un punto negro... Sí, sí, no había duda... ¡Jesucristo!... ¡Una manita crispada que se alza pidiendo socorro!...
Adivinó que su hijo aún se acordaba de ella. «¡Y no poder traérsela!...» El padre rígido del año anterior se contempló con asombro al formular mentalmente este deseo inmoral. Pasaron un cuarto de hora sin soltarse las manos, mirándose en los ojos. Julio preguntó por su madre y por Chichí. Recibía cartas de ellas con frecuencia, pero esto no bastaba á su curiosidad.
Charlemos alegremente sobre la fiesta de ayer. Vamos a murmurar un poquito. ¿Qué te parecieron los cipreses? ¿Por qué los llama usted cipreses? ¿No te parece bien puesto el nombre? Sí, muy bien; realmente parecen cipreses: su peinado apelmazado, liso, compacto, pegadito, imita la copa de ese árbol funerario. También se parecen a él por el cuerpo rígido, atiesado, derechito.
A este prodigio aluden los siguientes versos latinos esculpidos sobre el mencionado bajo-relieve: «Hoc sua dum celebrat mahometicus orgia templo Captivus Christianus numina vera vocat. Et quem corde tenet rigido saxo ungue figurat Aureolam pro quo fune peremptus habet.»
La doctora se perdió tras de una mampara de vidrios hablando con el cochero que había venido á recibirlas. Freya, antes de desaparecer, se volvió para enviarle una sonrisa pálida. Luego levantó su enguantada mano con el índice rígido, amenazándole lo mismo que á un niño revoltoso y audaz.
Palabra del Dia
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