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Actualizado: 26 de junio de 2025
Eso es, Don Ignacio exclamó Lucía , que en sana razón no pensaría usted lo que... lo que dijo allí. Yendo con usted prosiguió él , con una criatura joven y leal, que ama la vida y siente, y cree, ¿quién me metía a mí a hablar de nada triste, ni exponer desvaríos abstrusos, convirtiendo el paseo en cátedra? ¡Ridiculez igual! soy un majadero.
Lo único que, después de tantos rodeos, sacaba en claro doña Luz era que en aquella convivencia e intimidad afectuosa y en aquellos coloquios tan sabios de ella con él, había algo de ocasionado a perversas interpretaciones, algo de mal gusto, algo de pedantesco y lugareño a la vez, que la parecía cómico, y cuya ridiculez se atenuaba sólo pensando que su vida en un lugar no podía llevarla a menos necio extravío.
Valiéndome del recuerdo de este lance como término de comparación, pugnaba yo por achicar en mi pensamiento la mística heroicidad y el desprendimiento de Lucía; pero mi obstinado amor hacia ella y mi juicio favorable a sus nobles prendas la amparaban contra la ridiculez que mi despecho quería lanzar sobre ella. Sólo conseguía yo mortificarme más y desesperarme.
Ahora sí que estaba convencido de la ridiculez de su aspecto, abiertos como alas los faldones del levitón é incesantemente repelidos por unas piernas incansables. «Quince pasos...» Y clavó la segunda espada. Por su gusto, hubiese ido hasta el otro extremo del descampado; tal vez hasta donde aguardaban los automóviles. Luego consideró con turbación el terreno medido.
A la media docena de exclamaciones melosas sonaron simultáneamente dos carcajadas, y en seguida dijo don Juan: Cristeta, vida mía, esto me parece el colmo de la ridiculez. A mí también: tu voz suena como silbido de mirlo. Pues abre la puerta. ¡Calla, loco! Nada más que entornada. ¿Para qué? Tú lo has dicho: para no ponernos en ridículo ante nosotros mismos. Sí, pero, ¿y luego? Tengamos juicio.
Algo le decían también a la señora de Santa Cruz las facciones del chiquitín; pero escarmentada y previsora, se contenía por no incurrir en la ridiculez de un chasco semejante al de marras. Estaba, pues, la señora, indecisa, sin resolverse a entusiasmarse; y las razones que Guillermina le dio para convencerla no la sacaron de aquella actitud reservada y suspicaz.
El corazón me latió locamente, pero como en un relámpago, la vi ante mí, como aquella noche, alejándose riendo y negando con la mano: "no, ya estoy satisfecha"... ¡Ah, no, yo también! ¡Con aquello tenía bastante! Me voy le dije bien claro porque estoy hasta aquí, de dolor, ridiculez y vergüenza de mí mismo! ¿Está contenta ahora? Tenía aún la mano en la mía.
La escritura es un postizo que los afea, que los ridiculiza más de una vez, y están contentos con su fealdad y su ridiculez. El genio tiene sus arcanos, como tiene el abismo cavidades ocultas, y aquí encuentro yo uno de sus arcanos más curiosos.
¡Lo que oyes, Lorenzo!, porque has de haber observado que hoy es moda en sociedad designar a las personas por el apodo o por el nombre, y no por el apellido, y menos por el título; y así es de mal gusto hablar del «doctor García» cuando se le puede designar por su nombre de pila: Claudio, o por el sobrenombre, lo que es más distinguido: el «Nene», por ejemplo. ¡Qué ridiculez!
Se me antoja que todos conocen la burla de que soy víctima, mi paciencia, mi amor mal pagado, y que van a reír al verme o van a escupirme a la cara. »Anoche llegó mi ridiculez a último extremo. »Ya no cabe la menor duda. Yo andaba en torno de mi casa, y cerca de las cuatro de la mañana vi que salía un hombre... misteriosamente... de allí. Tengo ojos de lince... le vi... era él.
Palabra del Dia
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