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Actualizado: 30 de abril de 2025


No hay nieve que se nos escape ni lluvia que se nos pase por alto, y todo esto, al cabo, es para ver a una mujer por red y vidrieras, como hueso de santo; es como enamorarse de un tordo en jaula, si habla, y si calla, de un retrato. Los favores son todos toques, que nunca llegan a cabes: un paloteadico con los dedos. Hincan las cabezas en las rejas y apúntanse los requiebros por las troneras.

¡Qué tarde tan hermosa! Nunca se sintieron las de Pajares más contentas de la vida. Al descender de su carruaje frente a la plaza, llovieron sobre ellas los requiebros; y para todas hubo, hasta para la mamá, que respiraba ruidosamente y enrojecía, satisfecha del triunfo. Indudablemente eran ellas las que más llamaban la atención en toda la plaza.

Conchita estaba furiosa contra Roberto del Campo, «el pollo bonito», como le llamaban algunas. Mucha palabrería, requiebros a granel; pero de declaración seria y formalmente... ¡ni esto! Bailaba con ella, y a lo mejor abandonaba a su pareja y salía del salón, para no reaparecer hasta la hora del galop final. Su excusa era siempre la misma: tenía algo que arreglar con Rafaelito.

Otras brincaban con frenesí, enloquecidas por el ruido y el movimiento, respondiendo con viveza á cuantos requiebros dejaban caer en sus oídos al pasar.

Pero ¿ha visto qué lindura, padrecito?... Nuestra niña es la que ha gustado más a los señores... Ya lo decía mi finado el doctor, que sabía de esto como de todo. Para bailar con gracia, las españolas. Y perdiendo su timidez, ella misma presentaba a Conchita de grupo en grupo, aceptando como algo propio los requiebros interesados que los hombres dirigían a la bailarina.

Era virtuosa por temperamento, quizá también por el orgullo que le inspiraba el convencimiento de su superioridad moral é intelectual. Los requiebros no conseguían conmoverla.

Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas sonadas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo.

Cuantos más requiebros la soltaba, cuanto más le hacía comprender que le causaban impresión sus atractivos, más indiferente y distraída se mostraba ella. Con su donaire peculiar cortaba en seco cualquier lisonja, desviaba ingeniosamente la conversación y la encauzaba hacia los temas filosóficos en que tanto se placía. Velázquez se sintió humillado.

Un observador cuidadoso hubiera podido notar que les dejaba tontear frivolamente, permitiéndoles oír piropos y requiebros atrevidos, mientras quien se los decía no pasaba de halagar su inocente vanidad de niñas bonitas, pero que en cuanto alguien les buscaba con frecuencia, mostrando afán de serles agradable, doña Gregoria ponía empeño en estorbarlo, sobre todo si se trataba de Susana.

Por dondequiera que pasaba, recibía una ovación. Preguntaban todos quién era, y oía una algarabía infinita de requiebros, flores, atrevimientos y galanterías, desde la más fina a la más grosera.

Palabra del Dia

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