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Y las dulzuras y los requiebros que te ha dicho en voz baja, pues por el gesto y el ademán y el brillo de los ojos se mostraba que te los decía, ¿son sueños míos también? No; no son sueños. ¿Cómo negarte que D. Jaime me ha requebrado? Sus palabras expresaban estimación, denotaban ingenio cortesano, estaban llenas de lisonja, pero no había en ellas un átomo de sentimiento. Ni podía haberle.

Nada de requiebros, ni mucho menos frases amorosas: comprendía que era espantar la caza, que la fruta estaba muy verde, y que era mejor tener paciencia y sacudir el árbol cuando sazonase.

Las buenas mozas sonreían con sus requiebros y se les iban los ojos tras la gruesa cadena de oro del torero y sus grandes diamantes, preseas adquiridas con las primeras ganancias y a crédito de las futuras.

Los arrullos de las canciones populares, todos los requiebros arrogantes que había oído, acompañados del puntear de la guitarra, mezclábalos en la letanía amorosa con que envolvía a la novia su voz susurrante. Que toos los pesares de tu vida vengan a , entrañas de mi arma, y que sólo goces alegrías.

¿Eres , acaso, la sola en cuyos ojos rasgados hay miradas que fascinan cuando miran con agrado? Acaso, , vida mía, otras no habrá que, escuchando mis tiernísimos requiebros o mis amorosos cánticos, con sonrisas y miradas me den de mi amor el pago...? ¡Muchas habrá! ¿quién lo duda?

Otros había que, guiados del mismo frenesí, le ponían claveles en la ventana, plantaban ramos delante de su casa y le cantaban al oído lisonjas y requiebros Dios sabe con qué torpes fines. El jocoso mayordomo iba á caer de nuevo sobre el grupo de jóvenes guerreros cuando por el camino del río, desembocando ya en la plazuela, vió llegar á Eladia con una herrada sobre la cabeza.

No había hombre más azucarado y mantecoso en conversación con las damas, ni jamás tuvo galán un surtido más numeroso de requiebros para soltarles. En casi todos ellos jugaba mucho papel el fuego de la pasión, la pérdida del albedrío, el aliento perfumado, los latidos del corazón y otras cuantas lindezas análogas, todas trasnochadas. Esto en cuanto a las señoras.

Además, un rostro sereno, risueño, una palabra cortés, indican en cualquier estado, cuando no es hipocresía, un corazón bondadoso. Levantó la mirada húmeda hacia , diciendo con graciosa severidad: Mire que las religiosas no podemos escuchar requiebros: ya se lo he dicho.

Por otra parte, siendo como era incapaz de enamorarse, claro estaba que sólo había de concebir y fraguar ciertos planes contra una mujer más rica que él, y la fortuna de Emilia era muy inferior a la suya De lo cual sacaba en limpio incautamente que no pudiendo inspirarle pasión ni codicia, sus bromas, sus requiebros y atrevimientos eran pura palabrería.

Rita, siempre animada y provocadora, lo era mucho con su primo, y no poco con los demás, pues don Pedro advirtió que a las miradas y requiebros de sus admiradores correspondía con ojeadas vivas y flecheras.