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Actualizado: 30 de abril de 2025
Cuando don Quijote se vio en la campaña rasa, libre y desembarazado de los requiebros de Altisidora, le pareció que estaba en su centro, y que los espíritus se le renovaban para proseguir de nuevo el asumpto de sus caballerías, y, volviéndose a Sancho, le dijo: -La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres.
Lo mismo la veían en las principales calles elegantemente vestida o en el Campo de la Feria en un lujoso carruaje, como se presentaba despeinada y envuelta en un mantón copiando el andar de las mozas bravas y contestando a los requiebros de los hombres con palabras que ruborizaban a muchos.
Y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos, ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva, porque la claridad de su prosa y aquellas entricadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas partes hallaba escrito: La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura.
Rosa, que acogía siempre los requiebros del joven cortesano con risa y desconfianza, poco a poco se fue haciendo más grave y sosegada; se ponía encendida al verle; le miraba fijamente mientras él tenía los ojos en otra parte, y cuando llegaba el momento de separarse, en la inflexión temblorosa y enternecida de la voz se adivinaba la emoción que embargaba su alma.
A Engracia la casó su madrastra, prendera, que, según voz pública en el barrio, tenía gato, con propósito de quitársela de encima, y ella admitió los primeros requiebros del cajista por salir del poder de tan mala pécora.
Las horas que le dejaban libres el aula y los libros que eran casi todas, las pasaba entre requiebros, cañas y jolgorios. Jamás estudiante alguno ha corrido la calle de la Luna, llevando con más gracia la recortada torera; jamás pirata callejero, ha sabido mejor poner facha y dar caza á la picaresca y alegre modista; jamás ha entrado en casa de Botín joven alguno tan rumboso como Ródenas.
Desde los coches á los balcones entablábanse animados diálogos, cambiábanse requiebros por donaires, confites por sonrisas; arrojábanse sonoros besos que, en alas del viento, iban á posarse tímidamente sobre alguna tersa mejilla ruborizada.
Y la gente de á pie, desde la acera, hacía coro á aquellos diálogos batiendo las palmas, celebrando con igual algazara los requiebros picarescos de los mancebos que las respuestas saladas de las niñas. Cruzaban numerosas comparsas ataviadas con trajes originales, unas de majos, otras de trovadores, otras de frailes, etc., todas tocando y cantando muy concertadamente.
Miro por sus intereses como si fuesen míos... mucho más que si fuesen míos... ¿Por qué se goza en hacerme padecer?... En cuanto hay mujeres delante me trata con un despego y un despotismo como no se trata á una negra... Y les dice requiebros, y retoza con ellas... y si me presento en el cuarto me pregunta con desprecio: «¿Qué hace usted ahí? ¿A qué viene usted aquí?» Hasta que me echa, y esas perdidas se quedan riendo de mí... Ahora le da por una que llaman Mercedes la Cardenala.
Josefina, incapaz de querer a nadie interesadamente, no admitía la idea de ser ambicionada por su oro, y sobrado discreta para confundir pruebas de amor con requiebros de salón, desoyó igualmente a los que pretendían su mano por su dinero y a los deseosos de preferencias en que fundar vanidades.
Palabra del Dia
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