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Actualizado: 24 de noviembre de 2025
Era lo peor porque el Magistral, que conocía las exaltadas ideas de don Víctor respecto al honor, temía que obedeciendo a impulsos disculpables, pero no justos, y sordo a la voz de la religión, se arrojase a tomar venganza terrible, sobre todo de don Álvaro, cuyo crimen no podía ser más repugnante y digno de castigo.
Eran las mismas preguntas, las mismas inglesas tiesas y de cara dura, iguales ¡oooh! de admiración fríos y convencionales, e idéntica manera de volver la espalda con grosera altivez cuando nada quedaba por enseñar. Al volver a la tranquilidad del claustro alto, después de la diaria exhibición de las riquezas, Gabriel encontraba más repugnante e intolerable la miseria de las Claverías.
Fuertes aspavientos de la chiquilla. No cabía en sí de indignación. Me hizo repetir varias veces la repugnante grosería usada por el clérigo conmigo, y me dijo que ella no la hubiera sufrido. Esto no me pareció bien.
Yo hubiera debido robar á mi hija de la casa de V., y criarla conmigo, y hacerla dichosa, y darle mi nombre. Bendito sea Dios porque no ha sido así. ¡Criada mi hija por un impío! ¿Qué hubiera sido de ella? ¡Debe de ser repugnante una mujer sin religión! -No sé lo que será una mujer sin religión, ni hubiera sido mi propósito que mi hija no la tuviera.
Cuando iba a dar una vueltecita por las tiendas, la mortificaban los olores que por diversas puertas salían en las calles más populosas, olor de humanidad y de guisotes. Las rejas de los sótanos despedían en algunos sitios una onda de frescura que la convidaba a detenerse; mas en aquellos sótanos donde había cocinas, el vaho era tan repugnante que la empujaba hacia el arroyo.
La conversación continuó así, con un lujo de detalles de esa avaricia campesina tan repugnante, y cuando llegaron a un arreglo definitivo, doña Celestina gritó a sus hijas: ¡Que venga la Shele! Vino la Shele, pálida, con los ojos bajos y las ojeras moradas. Hemos quedado de acuerdo en que te casarás con este joven. Bueno, señora contestó ella, con una voz débil como un sollozo. ¿No dices nada?
Entonces se sintió caer, abandonada de su misterioso genio amigo: vió las flores marchitas y pisoteadas por el suelo, los restos de la comida arrojados en desorden y exhalando repugnante olor; todo revuelto y disperso, y ningún ser vivo en la sala.
Toda la vida había sido, en achaque de mujeres, ardiente, voraz. En vez de corregirse con los años, esta afición fué creciendo hasta dar en una manía repugnante. Era notoria en Madrid. Sabíase que para satisfacerla, después que había llegado a la opulencia, tuvo mil extraños caprichos que pagó con enormes caudales.
En la puerta del Mercado vendíanse narices de cartón, bigotes de crin, ligas multicolores con sonoros cascabeles, y caretas pintadas, capaces de oscurecer la imaginación de los escultores de la Edad Media, unas con los músculos contraídos por el dolor, un ojo saltado y arroyos de bermellón cayendo por la mejilla; otras con una frente inmensa, espantosa; caras de esqueletos con las fosas nasales hundidas y repugnantes; narices que son higos aplastados, o que se prolongan como serpenteante trompa con un cascabel en la punta; sonrisas contagiosas que provocan la carcajada y carrillos rubicundos a los que se agarra un repugnante lagarto verde.
Sobre el lecho de muerte yacía su madre, el único ser de él querido, y al lado, de pie, contemplábala un hombre severo, casi repugnante: su padre. Sucedíanse los demás actos del drama con toda fidelidad. Don Alejandro recorría las principales capitales del mundo, en busca de distracción; pero todos huían de él, como si fuese un ser infecto: con lo cual se agriaba su carácter más y más.
Palabra del Dia
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