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Actualizado: 3 de junio de 2025


De los otros «pasos» era posible reírse, por la falta de devoción y el desorden de los cofrades; pero de éste... ¡vamos, hombre!... El sentía un escalofrío de emoción al contemplar la imagen poderosa de Jesús, «la primera escultura del mundo», y ver la majestad con que marchaban los encapuchados. Además, en esta cofradía se trataba uno con gente muy buena.

Opinión de todos fundadísima era que el buey Apis estaba abocado a ser presidente del Consejo en cuanto viniera a tierra aquel gabinete que ya se tambaleaba, y entonces ¡oh, entonces! sería él seguramente ministro, y desde las alturas del banco azul, teniendo él la sartén por el mango, podía ya reírse impunemente, así de las burlas como de las amenazas de los masones.

Ahora pienso que lo que deseaba era esto: salir, variar algo de vida. Pero no me impacientaba, porque me parecía que, tarde o temprano, llegaría a lograrlo; ¿no es cierto? El Padre Urtazu solía reírse de , exclamando: paciencia, que cada otoñillo trae su frutillo. El Padre Urtazu.... ¿es jesuita? ¡Jesuita... y más sabio! Entiende de cuanto Dios crió.

Estos rumores llegaron á oídos de Roussel, que empezó por encolerizarse, pero después tomó el partido de reirse de ellos, contando con que la gente que le conociese no daría crédito á tan ridícula especie. Pero si la credulidad pública rechaza con fastidio lo que redunda en ventaja del prójimo, acepta con apresuramiento lo que viene en su perjuicio.

Anda, anda, hazte millonario en la Bolsa, y si quedas en pordiosero, no vengas a buscarme, porque lo que hará tu tío es reírse al ver lo bruto que eres. La ruptura con su tío entristeció a Juanito. No había conocido otro padre; y además, en sus cálculos de comerciante, siempre había figurado la esperanza de ser el heredero de don Juan.

Un secreto le dijo a su madre, y luego le dijo: «¡Déjame irPero le dijo «caprichosa» su madre: «¿y tu muñeca de seda, no te gusta? mírale la cara, que es muy linda: y no le has visto los ojos azules». Piedad se los había visto; y la tuvo sentada en la mesa después de comer, mirándola sin reírse; y la estuvo enseñando a andar en el jardín.

Eso es otra cosa. ¡Así! y mi tía juntó los dedos de la mano derecha, y los movió como para indicarme una multitud de personas. En Pluviosilla, prosiguió ¡muchos! Un español rico; un mancebo de botica muy burlón y endiantrado, capaz de reírse hasta de su sombra; un colegial muy guapo, que le hacía versos; otros, y otros. Aquí... aquí.... ¿Quién? Uno nada más. ¿Quién?

Es la única que no se ríe con los chistes del señor Kisseler, un escultor amigo de mi padre, cuyo ingenio hace gracia a todo el mundo. Este señor me disgusta y me parece grosero, acaso porque no le comprendo, pues da a las palabras más sencillas, en apariencia, un sentido particular que hace reír a los hombres y ruborizarse a las señoras, sin perjuicio de reírse también.

Después, a la hora de la comida, eran los comentarios, los recuerdos agradables, los berrinches por supuestas ofensas que en el primer instante habían pasado inadvertidas, y que, agrandándose ahora en la imaginación, pedían venganza. Las dos niñas recordaban la ligera sonrisa de las de López al examinar sus disfraces de calabresas. ¡Reírse de ellas! ¡Las muy cursis!

Por lo menos, tenía el buen gusto de reírse de todos ellos sin hacer maldito el caso de ninguno. Sospecho que puedes certificar, por la parte que te alcanzó... Certificó. Hasta que dio con un mozo que le pareció muy otra cosa que todos los demás, y se rompió el hielo. El mozo era Pepe Guzmán. Otra prueba de su buen gusto.

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