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Actualizado: 3 de junio de 2025
Sucedióle, claro está, que no bien se hubo mostrado al público cuando éste la tomó con él. Primero le miraron, después se sonrieron, hasta concluir por interpelarle irónicamente, y por reirse á sus barbas.
Calló Maltrana, como para reflexionar mejor, y luego añadió: Yo no me burlo por eso de los catedráticos de Salamanca ni los considero ignorantes. Sabían lo que podía saberse en su época y defendían sus conocimientos. Un niño de hoy sabe más que ellos y puede reírse de su ciencia; pero falta saber cómo reirán los escolares del siglo XXV de los sabios que ahora veneramos.
Miguel solía aprovechar esta buena disposición y osaba retozar con la fiera: cogiéndola súbito de la cintura la empujaba con alguna violencia y la hacía correr, a su pesar, por la sala o el corredor hasta fatigarla, sin hacer caso de sus protestas. ¡Estate quieto, Miguel! ¡Basta, Miguel! ¡Mira que me fatigo! La brigadiera, enfadada a medias, no podía menos de reírse.
De donde se infiere que hasta el diablo es útil y dista mucho de estar de sobra. A pesar de sus melancolías, Morsamor no pudo menos de reírse de las extravagantes opiniones de su doncel.
Los médicos también afirmó Salvatierra con su fría tranquilidad. Hubo un murmullo de asombro y extrañeza, como si el público que le admiraba fuese a reírse de él. Los médicos también, porque el día que triunfe nuestra revolución se acabarán las enfermedades.
¿Y por qué había de guardarme rencor? ¿Por la risa del otro día?... ¡Pues, hijo, si yo nací riendo, y hasta es fácil que me ría cuando esté dando las últimas boqueadas! Hace usted bien en reírse, y aunque sea de mí se lo agradezco por el gusto que me da el ver una boca tan fresca y tan linda. ¡Oiga! ¿No sabe que es pecado echar flores a una monja, y mucho más que ésta las escuche?
Años y más años pasaron, llevándose como un torrente sus deseos y sus energías hacia riberas que no eran precisamente las de la ternura. Si alguna vez recordaba los episodios de sus principios en Val-Clavin no era sino para reírse desdeñosamente de ellos como hace el hombre maduro con las locuras de la juventud.
¡Qué hermoso me parece todo esto! exclamó Ricardo, ocultando quizá su pensamiento íntimo. Y a mí... ¡qué triste! Déjate de ver cosas tristes, Lorenzo, y piensa que al franquear aquella tranquera hemos hecho honda y firme la resolución de aquel amigo, que les referí ayer: «¡Ahora, hay que reírse!» Trataremos de reírnos.
Habíase convertido don Manuel en un soñador quejoso. Hacía tiempo que parecían extinguidas en él aquellas ráfagas de alegría loca que, de tarde en tarde, solían sacudirle, agitando toda la casa. En tales ocasiones, parecía don Manuel un delirante. Todo su cuerpo se conmovía con el huracán de aquel extraño gozo que le hacía cantar, correr, tocar el piano y reirse a carcajadas.
¡Qué guasa! ¿Quieren ustedes reírse?... ¡Haría buena figura una monja cantando a la puerta de casa! Por eso no quede dijo el fondista. Vámonos a la sala. Ahora no hay nadie... La hermana siguió riendo, sin dejarse persuadir. No obstante, se adivinaba que la retenían más los respetos de su estado y el de la superiora que la falta de deseos.
Palabra del Dia
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