United States or Romania ? Vote for the TOP Country of the Week !


«Hijita querida: ¿Qué significa el tono de tus últimas cartas? Hace tres semanas parecías tan feliz en medio de la gloria y la alegría de tus éxitos sociales. No, no, Reinita, la felicidad no es un mito, y será tu herencia; pero en este momento la imaginación te domina, te ofusca, y por consiguiente, impídete ver con claridad. No has seguido mi consejo, Reina; has abusado de tus fogatas, ¿verdad?

Palidecí tanto, que Blanca lo notó, por más que la alcoba estaba sumida en una media sombra. ¿Qué tienes, Reina? ¿Estás enferma? Un calambre murmuré con voz débil. Voy a buscar éter dijo, levantándose diligentemente. No, no proseguí, haciendo un violento esfuerzo para recuperar mi altivez que se desvanecía. Ya ha pasado, Blanca, ya ha pasado. ¿Sufres de eso a menudo, Reinita? No... algunas veces.

¿Os acordáis, señor cura? díjele indicándole el cerezo, a que había trepado Pablo. Pensemos en otra cosa, Reinita. ¿Acaso me es dable, señor cura? ¡Si supierais cuánto le quiero! Os aseguro que no tiene defectos. Una vez en este terreno ningún poder humano me hubiera podido detener, tanto más cuanto que en el Pavol me veía obligada a ocultar mis impresiones.

Tenía un aspecto tan radiante, su dulce fisonomía respiraba tal contento, que todavía me río al recordarlo, y su júbilo es para mi uno de los mejores recuerdos de aquel tiempo. No caminaba: volaba, y llegamos en un soplo a la iglesia. Acabábase de colocar el púlpito, y el cura, en éxtasis ante él, me dijo en baja voz: ¡Mira Reinita, mira! ¿No es una feliz ocurrencia? Al fin poseemos un púlpito.

Pues ¡cuidado con el incendio! ¡No juguemos con el fuego, Reinita! Nada más que una fogatita, señor cura; si es de lo más lindo que puede darse. Y si se tiene miedo del incendio, con echar un poco de agua fría sobre el fuego... Mas, ¿dónde encontrarás el agua fría, mi hijita? ¡Ah! todavía lo ignoro, pero puede que lo sepa algún día. Quiera Dios, que no sea así exclamó el cura.

Al día siguiente, mis inquietudes habían desaparecido a pesar de todo, pero por la tarde recibí una larga misiva de mi cura, llena de buenos consejos y con este final: «Reinita: tu carta ha venido a consolarme y alegrarme en mi soledad, te ruego que no te canses de escribirme. No que hacerme sin ti, y no voy al Zarzal, de miedo de llorar como un niño.

Es de esperarse, Reinita. Es de esperarse... Contestadme de un modo más categórico, mi cura. ¿En qué pensáis? ¡Oh! no es posible que se enamore de una extranjera; decidme que no es posible y que pronto me querrá. Lo deseo ardientemente, pobre hijita mía; pero harías bien en suponer lo contrario y prepararte de antemano. Me vais a hacer morir de impaciencia, con vuestra resignación, señor cura.

Muy bien, señora; ahora lo que debo hacer, y veo claramente que si no he tomado antes una determinación, ha sido por el placer egoísta de ver constantemente a mi Reinita. El cura hallome en la avenida, completamente desconsolada. ¿Pero es posible, señor cura?... Echado a la calle por ... ¿Qué va a ser de nosotros, si no nos vemos más? Qué ¿has oído la discusión, hijita?

Pensaba en la encantadora Catalina Glover, en el noble Enrique Smith, de quien me había enamorado, provisionalmente, y hete aquí, que sin el menor preámbulo estallé en sollozos. ¡Dios mío! exclamó el cura levantándose rápidamente. ¡Querida Reinita, mi buena hijita! No le hagáis caso está enojada porque no la hemos llevado a C *.

No se trata de la imaginación, señor cura, sino del corazón, puesto que amo. ¡Oh tan joven, tan niña! ¿Qué tiene que ver eso? Os repito que me muero de amor por el señor de Couprat. ¡Ah! ¿conque es él? ¿Qué me tomáis por una veleta, mi cura? Pero, Reinita, en vez de morir, sería mejor que te casaras con él. Eso sería lógico, querido cura, muy lógico; pero por desgracia, no le gusto.