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Después de dejar a Mabel en la plaza Grosvenor y de despedirme de ella, me volví inmediatamente a la calle Great Russell, y me hallé con que Reginaldo acababa de volver de su negocio de la calle Cannon. Procediendo en conformidad a la súplica de mi dulce y encantadora amiguita, no le dije nada sobre el desagradable y excitante incidente de la noche anterior.

Tratamos de cerciorarnos con exactitud de cómo se había enfermado, pero ni Reginaldo ni el doctor pudieron sacar nada en claro. Perdí el conocimiento de pronto, y no recuerdo nada más fue todo lo que el moribundo dijo. Pero añadió, volviéndose otra vez a , no avisen a Mabel hasta que todo haya terminado. ¡Pobre criatura! Mi única pena al irme de este mundo, es tener que dejarla.

Sin embargo, como Reginaldo se había formado en una fábrica de Nottingham, conociendo el comercio de encajes, continuó valientemente los pasos de su padre, y, debido a su dedicación al negocio, consiguió desenvolverse lo bastante bien para evitar presentarse en quiebra ante los tribunales, y pudo asegurarse una renta anual de algunos cientos de libras.

Desde que nos habíamos conocido la primera vez, y durante todos los años transcurridos, siempre habíamos sido buenos amigos. Aun cuando Reginaldo era quince años mayor que ella, y yo trece, creo que a los dos nos consideraba como si hubiéramos sido sus hermanos mayores.

A la noche siguiente, antes de las nueve, mientras Reginaldo y yo estábamos tomando el café y conversando en nuestro confortable comedorcito de la calle Great Russell, Glave, nuestro sirviente llamó a la puerta, entró y me entregó una tarjeta. Salté de mi asiento, como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Esto que es gracioso, viejo grité, volviéndome a mi amigo.

Esa copla da la clave, usted me lo ha hecho notar. Sinceramente creo que es así, pero la cuestión es descubrir el arreglo conveniente de las cartas declaré agitado y sin aliento. Justamente observó Reginaldo con tristeza. En eso está la ingeniosidad de la cifra.

Reginaldo y yo nos habíamos quedado completamente confundidos y mudos en presencia de aquello. Al principio creí que estaba viviendo en un mundo encantado de leyendas y romances, pero cuando un momento después el áspero capuchino me recordó lo pasado, mi asombro fue ilimitado. ¡El secreto de Burton Blair estaba descubierto... y era mío!

Su aparente aspecto vulgar se debía únicamente a su nacionalidad mixta, y aun cuando era una joven muy astuta, que poseía toda la sutil perspicacia del italiano, Reginaldo había descubierto que era una compañera viva y entretenida.

De las muchas luces nebulosas que vi en la esquina de Hyde Park, tengo un recuerdo claro; pero después de eso mis sentidos parecieron quedar atontados por la neblina y por el dolor que sufría, y no recuerdo nada más de lo que sucedió, hasta que de nuevo abrí penosamente los ojos y me encontré en mi cama, brillando a través de la ventana la hermosa luz del día, y vi a mi lado a Reginaldo y a nuestro antiguo amigo Tomás Walker, cirujano de la calle Reina Ana, de pie, observándome con profunda gravedad, que en aquel momento me pareció humorística.

¡Es mi opinión, Greenwood, que Blair nos ha tratado ruinmente! estalló mi amigo, eligiendo un nuevo cigarro, y mordiéndole la punta con enojo. Recuerda que me ha dejado su secreto. Puede ser que lo haya destruido después de haber hecho el testamento apuntó Reginaldo. No; o debe estar escondido, o ha sido robado, eso es lo que no ha podido aclararse.