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Actualizado: 3 de mayo de 2025


Todo argumento probó ser inútil. El funcionario policial tenía la convicción de que Burton Blair no había sido víctima de un crimen, y, por lo tanto, no podíamos esperar ninguna ayuda de él. Con marcado disgusto nos levantamos y salimos de la Scotland Yard, volviendo a Whitehall. ¡Es un escándalo! declaró enojado Reginaldo.

Ansiaba poderle preguntar abiertamente si algunas veces no se hacía pasar con el nombre de Paolo Melandrini; sin embargo, temía hacerlo, por recelo de despertar sus indebidas sospechas. El tiempo será el único que podrá revelar que Reginaldo Seton fue uno de los mejores amigos del muerto dije pensativamente. Al parecer, fue la dudosa contestación del capuchino.

Una sola palabra, y los dos seríamos hombres ricos exclamé con pena, contemplando la cara pálida del muerto, con sus ojos cerrados y su barba afeitada, que yacía sobre la almohada. Desde un principio su intención fue ocultar su secreto observó, cruzando los brazos, mi amigo Reginaldo Seton, que estaba de pie al otro lado de la cama.

Había desaparecido completamente, con el objeto de eludir la terrible revelación que tanto horror le causaba y que ella temía ver divulgada de un momento a otro. Mientras yo seguía débil e imposibilitado, Ford y Reginaldo en los días subsiguientes se ocuparon con toda actividad de sus investigaciones, pero todo fue en vano.

¿Y el señor Dawson? preguntó al fin, cuando Reginaldo se hubo sentado en la orilla de la cama y yo en la silla. ¿Qué es lo que él dice? No tengo necesidad de pedirle su opinión repliqué rápidamente. Por la ley el secreto del cardenal es mío, y nadie puede disputármelo. Salvo su actual poseedor fue su tranquila observación. Su actual poseedor no tiene derecho sobre él.

En el acto se me ocurrió que debían haberse reunido clandestinamente y andaban por allí para evitar que en la calle los pudieran reconocer. El sacerdote parecía tratarla con estudiada cortesía, y noté sus ligeras gesticulaciones al hablar, lo cual me hizo creer que era extranjero. Le transmití mi pensamiento a Reginaldo, y éste me contestó: Hay que vigilarlos, viejo. No nos deben ver aquí.

Reginaldo, que asumió la parte de interlocutor, pidiole disculpa y le manifestó que habíamos ido pasando; pero que, habiendo notado por su exterior que era evidentemente una antigua casa de portazgo, no habíamos podido resistir al deseo de llamar y pedir que se nos permitiera verla por dentro. Sean ustedes bien venidos, caballeros contestó la mujer, en su grosero dialecto de Yorkshire.

El fiel Ford ha vuelto a nuestro lado, como mi secretario, y frecuentemente nos burlamos de Reginaldo, que ha vendido su negocio de encajes, por su profunda admiración por Dolly Dawson, la que, a pesar de ser hija de un aventurero, es una niña muy encantadora y modesta, me veo obligado a confesarlo, y estoy seguro de que será una excelente compañera para mi antiguo condiscípulo y viejo amigo.

Reginaldo, que tanto interés tomaba en la política, y a menudo había ocupado un asiento en la galería de las cámaras, me mostraba los políticos que iban pasando; pero mis pensamientos estaban en otra parte, habían volado hacia donde se hallaba mi amor perdido.

¿Hace mucho tiempo que vive usted aquí? preguntó Reginaldo, después que examinamos lo que nos rodeaba y vimos la ventanita triangular en el rincón de la chimenea, desde donde el guardián del portazgo podía antiguamente dominar con la vista muchas millas a lo largo del camino carretero que se extendía a través de los brezales. El próximo día de San Miguel hará veintitrés años que estoy aquí.

Palabra del Dia

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