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Actualizado: 3 de junio de 2025
Era una tarde de enero, terriblemente fría; Reginaldo estaba ausente en Londres, y yo, que había pasado todo el día cazando, volvía a caballo completamente desfallecido. El encuentro de la partida esa mañana había sido en Kat's Cabin, Huntingdonshire, y después de dos buenas carreras me hallé más allá de Stilton, a dieciocho millas de mi casa.
Reginaldo vino por fin a reunirse conmigo, y entró exclamando: «Este hombre es un tipo de lo más original que puede darse, por no decir otra cosa. ¡Conque a mí me ha invitado a tomar whisky con soda... en la casa de Blair!
Leyéndolas, encontré que era la correspondencia de una relación íntima, que participaba de la fortuna de Blair y le ayudaba secretamente en la adquisición de sus riquezas. Se mencionaba mucho en ellas «el secreto», y descubrí también repetidas advertencias sobre que no debía revelar nada del particular a Reginaldo ni a mí.
Pero lo que tenemos ahora que descubrir es si existe aún esa bolsita que él siempre llevaba consigo. Es evidente que el tal Dawson se encontraba en Inglaterra antes de la muerte del pobre Blair. Puede ser que haya pasado a su poder indiqué yo. De todos modos, es muy probable que trate de apoderarse de ella convino Reginaldo.
Reginaldo veíase obligado algunas veces a quedarse en la ciudad por las exigencias de su negocio; de modo que frecuentemente residía solo en la vieja casa revestida de verde hiedra, teniendo a mi lado a Glave, mi sirviente, para que me atendiera.
Pero ya el pobre no existe; todo ha acabado añadió con un aire algo pensativo. Pero su secreto existe aún observó Reginaldo. El lo ha legado a mi amigo. ¡Qué! estalló el tuerto, dándose vuelta hacia mí con verdadero espanto. ¿Le ha dejado a usted su secreto? Parecía completamente trastornado por las palabras de Reginaldo, y noté el brillo perverso de su mirada. Me lo ha dejado.
Me asombraría de que se sacara algo en claro de las averiguaciones que se van a hacer exclamó Reginaldo, algunas horas más tarde. Indudablemente sus abogados tampoco saben nada. Puede ser que haya dejado algunos papeles que revelen la verdad contesté. Los hombres que en vida son silenciosos y reservados, a menudo suelen confiar sus secretos al papel. No creo que Burton lo haya hecho.
Después que se retiró, poco antes de mediodía, Reginaldo se sentó al lado de mi cama, y gravemente nos pusimos a discutir la situación. Las dos cuestiones más apremiantes en ese momento eran, primero, descubrir el paradero de mi bien amada, y, segundo, ir a Italia a investigar el secreto del Cardenal.
Había resuelto, con Reginaldo, que no debíamos perder un momento más de tiempo, ahora que me sentía suficientemente mejorado y fuerte para viajar, y que era preciso marchar para Toscana, con el fin de averiguar la realidad de aquel misterioso registro cifrado.
Y se rió con la extraña risa hueca del hombre que contempla la venganza. Muy bien, caballeros. Veo que en este asunto, mi posición es la de un intruso. Hablándole con franqueza, señor, le diré que justamente es así intervino Reginaldo.
Palabra del Dia
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